sábado, 28 de diciembre de 2013

El Destino

A mi amigo Pedro

Nunca confié en el destino. El destino como presagio de lo que inevitablemente sucederá. La vida se construye ladrillo a ladrillo y por pura responsabilidad de uno. Sin el futuro escrito hablé con Carlos y nos citamos para jugar al ajedrez en el bar de Cid Campeador. Jugar al ajedrez era la seña para pasarnos documentos. Los conspiradores llevan la imaginación al poder en pos de salvaguardar sus vidas. Y eramos conspiradores. El golpe había barrido con una buena parte del activismo. A los amigos los secuestraban, los torturaban, los escondían vivos o muertos como el que juega al Lobo está.
Y nunca estaban.
La policía nos seguía pinchando los teléfonos o apostandose en las puertas de nuestras casas. El terror de ese estado tembloroso y patético, pálido de pensar que un conjunto de jóvenes luchadores se alzara con el megáfono azuzando a los vecinos a comprender que el terror estaba invertido. ¿Porqué iban a matarnos si no era por miedo?
La junta militar tenía miedo. Y poder. Y armas. Y hasta curas que le dieran la extrema unción a los torturados. Una combinación despiadada para proteger el poder de los que no iban a mancharse con sangre las manos. De los que no iban a llevarse mujeres pariendo en los patrulleros. A repartirse electrodomésticos, o viviendas, o niños recién nacidos.
Por eso uno no podía quedarse en la casa mirando el fútbol y había que salir a pesar de ese primer día de verano de 1977 con un calor insopostable hasta el Cid Campeador. Tomar tres colectivos innecesarios, sin sospechar en la paranoia sino sabiendo que cada día era posible que se acercaran a la esquina de casa para seguirme. Entonces jugar a cansarlos, a las escondidas, a la rayuela, al pisa pisuela color de ciruela via via en este pie que baja del colectivo y camina diez cuadras zigzaguando hasta la puerta del bar “El destino” y el gesto incómodo de Carlos, la mano que temblaba un poco cuando le di los documentos y la excusa de siempre de entrar al bar y pedir un café y entonces sí relajarse poco a poco, cigarrillo a cigarrillo, gol de River a gol de River.
Poca gente en el bar para ser las siete de la tarde. Una ventana de madera semi abierta colmaba el espacio de frenadas y bocinazos en la avenida. Nos sentamos con el miedo casi superado. Otra vez los perdimos. Nos estaran buscando por Liniers o Puente Lanoria. El mozo no se acercaba a tomar el pedido. Nos miraba compasivos desde la barra cuando se abrió la puerta que daba a mis espaldas.
- Rajá Negrito que es la cana
No lo pensé. No se piensa en nada más que en volar o darse vuelta y cagarlos a tiros en el centro de la ciudad. Pero no volamos ni llevamos armas encima, que mierda. Que mierda no poder volar para arrancarles a Carlos de los brazos, para cortarles la luz que ya enciende la picana.

Laura

Nunca más compró libros ni los quiso en su casa. Una vez era suficiente para el escarmiento. Porque de sus libros no quedaba nada. Ni de su casa, ni de su Laura. Tampoco los vecinos se acercaban mucho, no querían ni hablarle como si apestara.
Como si uno apestara por no callarse la boca, por ir perdiendo el nombre de a poco detrás del apodo impuesto para salvar la vida. Laura tampoco era Laura, porque una noche mientras se amaban beso fuerte su boca y se escapó algo como Susana.  Pero él no quiso saber. Hay tiempos en la historia donde saber es la condena y no saber es la muerte. Difícil elección.
Por eso ya no guarda libros. Ni a Laura con su pelo suelto y su sonrisa enorme donde siempre se escondían otros nombres, o esa cita en el bar del que nunca volvió por ir con sus libros.
Por eso ya no guarda nombres. Se preocupa por recordar las caras que refresca noche a noche en el balcón de su nueva casa. Entre algún disco viejo y un vaso de vino. Muchas caras tiene el día y  solo el nombre de Laura.
Por eso ya no guarda a Laura. La deja irse arrastrada de los pelos sueltos por algún policía de civil, por alguna avenida que rodeaba al bar de la cita. Ahí donde se abrió su morral y volaron sus libros en la cara de ellos. Como pájaros libres. Como escupiendo la afrenta del estado organizado y asesino. Es el gobierno el asesino. Hay que esconderse del gobierno sin literatura, sin novelarse, sin Laura, sin tantos libros. Sin dejar de denunciar que el asesino es el gobierno. Que a Laura se la llevaron unos señores parecidos a esos que tocan el timbre.
Por eso ya no guarda libros, ni a Laura, ni piensa abrirles la puerta en silencio.

domingo, 24 de noviembre de 2013

Vindicación de la gorda

Nos obsesionan con el cuerpo. Con la carta de presentación ante la sociedad. Así de perverso el temita de la delgadez abstraída de razones clínicas.
Nosotras no tenemos derecho a las tetas caídas, a la celulitis, a las arrugas o a las canas.
Mucho, pero mucho menos, a la panza.
La panza es la joroba del siglo XXI.
Mujeres panzonas son investibles, indeseables, se les da el asiento en el colectivo porque ninguna mujer tiene pancita sin estar embarazada.
Hay un razomiento social hacia la gorda. Por considerarla resentida. A veces insatisfecha. Los más “simpaticos” tildarlas de “gauchitas” pretendiendo hacer gala a la fama de dadoras incondicionales de placer sin pedir nada a cambio.
La sociedad nos expone a la visión como el sentido definitorio de nuestros gustos. Cuando perderse el tacto es un delito. Y el paladar merece en si mismo su propio manifiesto.

Las gordas nos hemos vuelto las verdaderas revolucionarias de la belleza. Hay que poder vestirse como una mina y no como una carpa cuando es tan difícil encontrar ropa acorde. ¿Por qué no se vendería? No. Porque deberían aceptar que van perdiendo la batalla. Que hace mucho las mujeres descubrimos que la sensualidad no se mide en talles sino en fuego mismo. Que no conoce pechos pequeños ni nalgas blandas. Que arrasa con el órgano sexual verdadero. El cerebro todo. Los sentidos todos danzando un mismo juego sin balanzas ni chicas de la tapa de Gente. Sin poses y con ganas de un choripan y una cerveza fría.

Después de amarnos descaradamente, eso sí

Una pregunta

Para quien uno escribe nunca importa
Siempre es uno mismo en la mirada de otro
Estoy escribiendo para que tus ojos me vean
Para que tus manos me toquen de verdad
Desde las cuerdas hasta las uñas
Escribo para decirte bello
Para decirte cosas que me muerden
El pecho desde afuera y desde adentro
Para que no se apague la luz
Ni la música
Escribo para que la comida siga
Oliendo a infancia tuya y mia
Para que estemos menos solos
Mientras hay luna llena
Mientras ella en algún lugar
sube la sábana hasta tu cintura.
Porque no importa
Por eso escribo
Al fin y al cabo,
Porque no importa

sábado, 16 de noviembre de 2013

Fin de la cita

Lo paranormal de tu música. Cerrar los ojos. El timbre del teléfono. Una voz. Un reclamo. 30 veces en una hora el mismo casette que me lleva a la rastra hasta tu perfume. Vomitar de tristeza. De asco. Salir a correr. Fumar a la luz de la luna. Tu luna. Perderme entre la gente extraña que empieza a gritar en lenguas que desconozco. Leer cosas sin importancia. Volver al teléfono sabiendo que no va a sonar el timbre que yo quiero. El casette de nuevo. Nuevamente tu perfume y el vómito. Y decidirme a saltar profundo. Que los ojos cerrados me lleven a tu música de nuevo. Todo con una insoportable lentitud. Que gran idea dejarme abandonada para enseñarme a olvidar buscando tu mano.
Que horror conformarse con una mano

(1999)

viernes, 15 de noviembre de 2013

La siesta del Fauno


Cuando comienza el calor me da por dormir sin ropa interior o con la menor cantidad de ropa posible. Una impresión de ahogo sobreviene al acostarse entonces una remera por acá, un pantalón por allá. Allá el corpiño, sobre todo y aunque a veces la bombacha. Pero hoy no. Siesta con bombacha y luz tenue. Después de tanto trabajo al fin la siesta.

Cerré los ojos para deslizar los lugares conocidos, las voces que se apagaban, el día que comenzaba a parecer  indiferente. Un poco más tarde sentí que al fin me dormía. Una voz maternal me llamaba por mis dos nombres desde una cocina que ya no existe mientras Radio Rivadavia  informa la hora. Hoy no hay ganas de un inconciente terapéutico y busco las llaves. Están puestas en la puerta, como siempre, si siempre nos queríamos escapar. Pero en las siestas nadie me reta ni me persigue entonces la llave cede, la puerta se abre a un bosque. Un bosque lleno de luz de luna y árboles gigantescos. Me da tanto miedo el Fauno pero no se puede llegar hasta acá sin meterse al bosque. La otra opción podría ser girar y volver pero ya no hay puerta,  no hay casa, no hay Radio Rivadavia. La magia y el flagelo de soñar…

La arboleda se abre paso y yo en ella. Esmeradamente distingo el sonido del río que siempre es el delta. No importa si la geografía ubica allí al Egeo, siempre es el delta. Voy buscando a tientas porque me gustan las siestas pero no soy boluda y de ahí hay que volver en algo. En bote, en nave o en avión de papel. Me reí mucho del avión de papel cuando me doble el tobillo con  alguna rama y me apoye en el árbol sin dejar de observar que estaba en bombacha y que tomaba conciencia que la ropa se había quedado esperando en la silla. Esta bien que este desnuda. Una se merece la brisa de la tarde entre las nalgas de vez en cuando. Pero entonces hay que apurarse y terminar el camino antes que termine la tarde y se enfríe el día y la desnudez nos condene.
La primer mano la sentí en las rodillas. No eras vos. No podías serlo. Era el Fauno. Pero no. Pero sí. Pero no. La mano avanzó hacia mi entre pierna haciendo que mi pecho se agite de temor y de deseo. Una boca que era la tuya busco mi boca. Tu mano ya no era una sino dos y ambas jugaban a correr despacio la humedad derramada en ese pequeño espacio de tela. Gemiste cuando el tacto te indico el calor.
El árbol que nos resguardaba nos resguardó aún más cuando tu sexo brillante busco mis caderas haciéndose lugar entre quejidos y dolores totalmente soportables. Tu mano se dejó caer sobre mis pechos para aprisionarlos con la ternura y la pasión con que se sostienen las libélulas. La lengua hirviendo sembrando con saliva el naranja del atardecer, arrancando soledades, palabras indecentes desde la misma garganta que fue recorriendo. Así, Fauno. Así empezó a llover despacio. Una bandada de pájaros huyó asustada por los gritos de mi primer orgasmo. Ese que inmediatamente decidiste lamer hasta beberlo integro. No ibas a irte después de haberme encontrado. Dejaste que tu sexo jugara con mi boca, con mi pelo. Jugaste a derramarme besos y  estocadas, esperma y fuego. Ese fuego de tus ojos. Tus ojos detrás de otros ojos. Esa luz inconfundible, de flor en el desierto, de Fauno en el bosque.
Y el despertador, por supuesto.

¿Cuánto creías que dura la siesta?

lunes, 4 de noviembre de 2013

Había una vez...

Había vez un jóven muy jóven  que no era muy apuesto pero si muy gracioso. Este joven que era  poco apuesto pero tan gracioso jugaba todo el tiempo pero era tan poco apuesto que jugaba solo. Y yo que en esa epoca usaba el pelo laaaaargo y una sonrisa de idiota. Es decir, una sonrisa de confianza, de cierta felicidad. Eso, que es igual a la sonrisa del idiota. Pero este problemita del contenido y la forma. Porque no era idiota. Pero esa sonrisa...
Lo cierto es que este joven poco apuesto pero muy muy gracioso un dia le dijo queres ser mi novia y ella le dijo que si como a  casi todos hasta ese momento. Y eran tan felices la boba de la sonrisa y el joven tan poco apuesto pero tan tan gracioso. Jugaban a lo loco todo el dia. Que el trompo, que la rayuela, que la piedrita, que la piedrita, que la piedrita.
Hasta que un día jugaron a la tiza y se les borroneaba la rayuela. Y otra piedrita. Y otra piedrita.
Fue entonces cuando el joven que era tan poco apuesto pero tan gracioso comenzo a embellecer. Y asi cada dia mas apuesto y sin gracia, casi nada de gracia.
La boba no entendia bien y se quedaba jugando sola a las escondidas, con esa sonrisa contenta. Espeluznantemente idiota. Y este joven, ay este joven cada dia mas apuesto y mucho mucho menos gracioso pronto tuvo tantas novias. Tal vez por eso empezo a mentir lugares, encuentros con amigos, pavadas que ella creia porque asi debe ser. Para que se necesita mentir? Por que iba a hacerlo? Asi se lo repitio a una amiga mientras bajaban del tren y él la besaba desde el auto. No corrió la muy boba. No le dio un sopapo. Solamente le grito. Por primera vez le grito como un vómito, que era un hijo de puta. Que era un hijo de  mil putas. Que le había mentido y solo por eso la había tomado por idiota. Insultado su inteligencia. Ultrajada su confianza por un joven que se sentia apuesto pero que ya no causaba gracia sino risa. Un patético monumento a la impotencia
Él lloró en silencio. Callado mientras ella se iba.

Y podés creer? 20 años después ella sintió un poco de pena. Pobre tipo condenado por ser un hijo de puta. Quien iba a creerle. Que vida de mierda habrá tenido

sábado, 2 de noviembre de 2013

Que te cuento

Que te cuento que se fue, así, dejándome la última palabra en la boca. Una puteada enorme, llena de rencor y hastío. Que se vaya al carajo. Pero el muy forro estaba esperando a verme levantar la cabeza. Valorándolo. Buscando renacer el amor después de tantos años, y resbalar al borde de lo que para vos era  la felicidad. Pero estos puentes malditos que nunca se sostienen de un lado solo. Vacíos de magia. Vulgares amores que se vuelcan a la gravedad mediocre. Y caen. Y suena a hueco.
Si vas a vomitar despecho siempre te acusan de víctima. De enorme jodida. Sos la piedra. El ancla de su vida insoportable. Porque algo así dijo mientras tratabas de explicarle que la desocupación, que la crisis en Europa, que en el trabajo no le pagaron pero lo entendés porque a vos tampoco. Que juntos es más fácil.
Estoy harto, dijo.
Claro, yo también.

Pero es un lujo que no puedo darme. Hay que bancar porque es preciso. Es preciso creer en la historia, en el futuro, en la necesidad humana de terminar con el dolor, con el hambre, con la miseria del alma. Hay que bancar o rajarse un tiro. La vida es tan breve y tiene tanto sol, mi vida. Este sol que cae tibio en mi frente por la rendija de la puerta que dejaste a medio cerrar 

sábado, 19 de octubre de 2013

El pintor de las mujeres soles

 
Y que me importa.
Que me importa
que falten vidas
o sobren restos.
Que se me prenda asi
como si nada
un bosque de desencuentros,
un puñadito de  peces,
un camino de escolopendras
pegadas a tus dedos
que no tienen miedo
ni asco de hundirse
en la mugre
en tiempos de asquerosa mugre
donde la belleza
esta en el mismo
acto de encontrarla,
donde se deben arrebatar
caricias a la vida
sin pedirle permiso.
Donde la belleza es tu boca.
Tu boca cerrada.
Tu boca abierta.
Tu grito.
Esta Revolución que besaremos impúdicamente
de tanto parirla
de tanto empujarla
en un tiempo cruel y bello.
Como el color de tu sonrisa.
Como las cosas lindas



miércoles, 17 de julio de 2013

Una penita

Es una lástima que no estes conmigo,
Que no te hayan encantado mis hechizos,
que el esmero por sorprenderte
solo haya sido magia vulgar,
mediocre.
Evidente.
Que pena que siempre los chistes
fueran tan malos
o a destiempo.
Que estirar los brazos para
acariciarte solo fuera
a tirar el vino en tu mantel nuevo.
Y mil disculpas.
Mil disculpas por no haber alcanzado
los paisajes que te hacian falta.
Mil disculpas por no haber estado
a la altura de tus montañas,
de tu inmensa mirada.

De tu pobre persona.

sábado, 6 de julio de 2013

Palabras para Usted

Cuando camina el desierto, Principito,
usted no sabe que tristeza se le nota.
Hay algo en su andar que conmueve,
un aleteo de pájaros como motor en los pies,
la canción siempre en el borde de los labios.
Para mi que de cansado usted se acercó
de esta manera amiga, compañera, embaucadora.
Usted se puso tan alto ante mis ojos,
deslumbrante, sideral, inmenso.
Usted me convenció a sonrisas
que bordaba el alma con
lo mejor del laberinto.
Usted beso mi boca desesperadamente
para apartarme con sabor a derrota,
a mieles secas.
Usted perversamente me declaro su aprecio,
su afrenta, su deferencia,
su completa falta de amor,
de nada.
De todo.
Usted se fue sin mirar atrás
ni al paisaje.
Usted en el silencio.
Sin dolores.
Sin olvidos.
Sin una gota de sangre, Principito

miércoles, 12 de junio de 2013

La malco...

Entré al bar a las 5. Cuarenta y cinco minutos más tarde. Fede estaba sentado contra las ventanas, la ciudad le aparecía monótona, aburrida de esperarme. Yo lo iba a dejar y supongo que él lo sabía. Hacía dos días que no hablabamos ni contestaba mis mensajes. Así, de la nada. Y este pendejo pelotudo no me iba a sacar canas verdes asi que lo mejor era pegarle una patada y chau pinela, a otra cosa mariposa.
-               Qué haces, Fede. Mirá, quería hablar con vos

Lo miré a los ojos por primera vez desde que había entrado. Estaba sonriendo. Estaba sonriendo como un estúpido al borde de pedirme casamiento.
Junté aire, estaba feliz. Era insufrible que me complicara las cosas así.
-          Fede, yo…
-          Vas a dejarme. Lo sé. Jajaja. Claro que lo se, no me mires así. Sos tan vulgar. No, no,no lo digo por ofenderte sino porque sos vulgar, sos típica. Hace dos días que no te respondo entonces asumis que no me importas o que estoy con otra. Y claro que no te vas a bancar que un pelotudo te abandone entonces vas a abandonarme antes de pensar en sufrir. Antes de exponerte al fracaso o al ridículo que supones andar moqueando por un pajarraco que no esta a la altura de una dama como vos. Mirá si tus amigas se enteran que me querias y que yo no te quiero. Que yo te estoy dejando. Que te vas a cagar, loca de mierda. Que te morís por mi y por eso me condenas a tu abandono. La verdadera condena es seguir estando frente a vos un rato más. Me tomé tres cafés mientras te hacías esperar. Y seguro, no trajiste la billetera porque ibas a dar un portazo dantesco, casi de Shakespeare y dejarme con la misma expresión patética que tenés en la boca.


Se levantó y se fue en el mismo segundo. Las calles de Liniers se llenaron de obreros. No quería mirar al interior del bar hasta que dejara de llorar. Y anda a explicarle al mozo que Fede tenía razón y nunca llevas la billetera…

miércoles, 5 de junio de 2013

Manifiesto de las conchudas


“Las mujeres han servido durante todos
 estos siglos como espejos que poseyeran el
poder de reflejar la figura del hombre a
un tamaño doble del natural”.
Virginia Wolf,


Todo se enaltece cuando aumenta su tamaño, excepto la
concha.
Llamar “conchuda” es como decir “hija de puta” “jodida”.
Una mina de mierda, basicamente.
Nada bueno se espera de la conchuda.
La conchuda es traidora, malvada, resentida. O así nos
han enseñado a ver a nuestro sexo.
Si van a tocarte será en busca de tu conchita.
Si aumenta su tamaño, pues, jugarás del lado de las
malditas.
Si se traspola el aumentativo hasta la palabra pija, ocurre
todo lo contrario.
El pijudo. El poronga. La enorme chota.
Todos ellos son los capos del Universo. Los piolas. Los
que saben lunga como funciona esto: la vida, la literatura,
las almas sensibles, la calle, la física nuclear. Ellos lo saben
to-do.
Ahora, ¿por qué la antítesis social sin disimulo?
¿Por qué el escarnio gratuito al aumento voluminoso de
un sexo u otro?
Creo que la única pretensión de esto es convencernos de
una actitud absurda y machista: conservar nuestro sexo
tan pequeño como se pueda, tan infantil como se pueda,
tan sometido como se pueda.
Si conchuda es la que se va con otro tipo, ¿dónde está la
ofensa?
¿Te fijaste primero si no sos un pelotudo que descuidó los
chiches y se anda quejando que otro nene se puso a jugar?
Ah, no. Claro, la culpa será de la conchuda.
Conchuda es la que hace juicio por alimentos al forro que
se pasea en remis con la misma boluda que terminará
haciéndole juicio por alimentos algún día. Say no more.
Conchuda la que no se deja gritar ni por la policía.
Conchuda la que dice “No te quiero”. Y no miente.
Y no le importa.
Ninguna conchudez nos avergüenza. Ni nuestros períodos
mal humorados ni nuestros embarazos sensibles. Será, en
todo caso, responsable la madre naturaleza.
Un pellizcón en los huevos y ni así entenderías, elefante
trompita.
Nos convencieron de la “belleza” de una vagina pequeña
para imponernos mentes pequeñas, lugares pequeños,
sueños pequeños, decisiones pequeñas.
Ante esta verdad, solo una idea se desprende lógica: En
un conducto pequeño, cualquier astilla es garrocha.
Nos engañaron. Nos quitaron la bandera de la enorme
concha que goza, juzga, elige, pare y se ríe a carcajadas.
Volvamos por ella. Recuperemos la palabra conchuda para
felicitarnos. Para abrazarnos en lo más femenino de
nosotras. Para querer con nuestras fortalezas en toda su
magnitud.
Sin pequeñeces.
Y que se la banquen

domingo, 26 de mayo de 2013

La noticia


Te gusta llamarlo casualidad? Habiendo tantas psicólogas en la ciudad, al mes que se muere tu vieja caes en su teléfono donde una señora amable te dicta una dirección. Con la dirección en la mano te das cuenta que caminas el mismo bosque de tu infancia. Este barrio abandonado por tu familia hace casi 30 años, te ve volver cansada, triste, huérfana.
Los lugares se parecen, alguna calle cambió el nombre. Allá esta tu primer escuela y la iglesia, las plazoletas en rotonda con sus diagonales de bosque; dispuestas para que un niño se pierda aún de la mano de su madre.
Y ese es el problema. Porque ya no hay ni madre. Y las calles están llenas de su mano para cruzarlas, de retos o de caramelos. Algún helado. Y las plazoletas, claro.
La tarde caía cuando encontraste el timbre. Una señora amable te recibió y comenzaste la rutina. Una maraña de razones mezcladas en palabras. Saliendo como podían. Tristezas, duelos, orfandad. Sigo siendo una nena y me quede sola, dijiste entre mocos y llanto. Alguien tiene que haber, retruco la terapeuta. Unos primos, algún tío. Alguien que te devuelva un domingo con fideos, la aburrida navidad.
Después, claro, la devolución del llanto. Las razones del duelo. Las bondades de expresar los dolores afectivos. Todo como retumbado en las paredes porque vos pensas solamente en esos tíos, revisando las listas de familiares lejanos que aun estén con vida.
45 minutos después el otoño te devolvió a la soledad. Las calles del regreso estaban nubladas, con olor a viejo, a irrecuperable.
En la segunda plazoleta doblaste mal. Por despistada. Por casualidad. Pero ahí delante estaba la casa de tu tía, la primer mujer del hermano de tu papá. 30 años y reconociste la terraza, la pequeña reja con alambre artístico, la puerta de madera.
La impresión fue tan grande que te temblaron un poquito las piernas, pero encaraste emocionada como el hijo pródigo en busca del abrazo redentor.
La puerta estaba apoyada sin pestillo. Golpeaste despacio. Tímidamente. Nadie había vuelto a visitarla desde que el tío la abandonó por una vecina con la que se fue a Berazategui y tuvo 7 hijos. Alguna vez mi vieja solidariamente la escucho llorar entre mate y mate mientras yo jugaba en ese patio que podía distinguirse desde la ventana entre abierta.
No respondía. Golpeaste un poco más fuerte, pero aún con timidez. Y si la tía estaba enojada? Y si ya no me reconocía? O, lo que era casi lógico, mi necesidad le importaba tres carajos?
-          ¿Quién es? – Una voz anciana y suave respondía desde quién sabe dónde
-          Soy María, la hija de Héctor y Norma
-          ¿Quién?
-          María, la sobrina de Cacho
-          Pasá

Al empujar la puerta el hedor húmedo te obligó a fruncir la nariz, la oscuridad era profunda y una lámpara pequeña iluminaba la cocina. Para llegar hasta ella, una carrera de obstáculos, muebles, ropa, discos de vinilo que pisaste sin querer  y sin disculparte.
La tía descansaba en una silla mecedora. La vida había sido larga y triste para ella. Sus ojitos casi ciegos, con esas nubes dentro de ellos como si la lluvia se le hubiese incorporado. Delgada, deshidratada tal vez. Con las manos hundidas en un ovillito azul de lana fina, hurgando con sus deditos en él. Tal vez fuera su divertimento.
Te acercaste a besarle la cabeza cuando ella alzó la vista y te asustó un poco. Estaba ciega pero te miraba desafiante.
 -          Tía, soy yo 
Te arrodillaste a su lado y ella nunca dejó de seguirte con los ojos. Ibas a llorar cuando acarició tu mejilla. Y entonces, si. Te abalanzaste sobre su falda implorándole cariño, amor maternal, ternura. Nada, nada de eso te lo merecías por haberla dejado sola, pero realmente lo necesitabas tanto. Todos estos años de ausencias, podía contarte las aventuras de una vida agitada pero entonces vos con tus manos viejitas acariciando mi pelo tiernamente. No pasa nada, preciosa. Pero, tía… No pasa nada, chiquita. No expliques nada. Ya lo se todo. Es que no, tía, pasó algo horrible. Lo sé, ayer vino tu mamá a contarme. No, tía, escuchame. No es necesario, chiquita, mamá me contó todo. Ese encargado tuyo en la fábrica que jode mucho, estate tranquila. No creo que mañana te llame más. Tus hijos son preciosos. Se parecen mucho a vos en los ojos. No te vayas, Normita me dijo que te ibas a asustar. Vení, dale un abrazo a la tía.
Saliste casi sin aire cuando la vecina te asistió en la vereda.

María? Sos María? La hija de Norma? Hijita!! Tantos años. Cuánto lamento la muerte de tu tía. Cómo te enteraste? Cómo anda tu mamá? 

sábado, 25 de mayo de 2013

Casi un secreto


No entenderías porqué
se me escapan los besos,
las carcajadas.
Sería casi incomprensible 
en tu sabia estructura
este hedor de noche,
este calor inmerso en los dedos,
esta lengua ardiente de gritos y gemidos
que refrieguen en las comisuras
de los espasmos vecinales,
ese sacrílego momento de deseo.
Sentirán el deseo.
Absorberán el deseo.
Contemplarán el deseo.
Se lamentarán por él,
todas las mañanas,
en la misma panadería,
en el mismo barrio.

domingo, 19 de mayo de 2013

La Yesi


Por todo nombre cuando no su padre le encajaba un “Barbie” ofensivo y cierto. Barbara Yesica la habían bautizado. Y anda a cantarle a Gardel.
La Yesi era borracha, básicamente. No le importaba caminar veinte cuadras para comprar una cerveza a las 4 de la mañana. Se iba sola o acompañada. Impune. Ebria. Delgadísima y con cara de perro malo. Así la conocí y me di cuenta que lo mejor para mi era ser su amiga. No parecía nada bueno lo contrario.
La invité a mi cumpleaños la misma noche que nos conocimos. Y agradeció mi confianza con su amistad, que era el amor en su estado más rudimentario y puro. Un tiempo de abrazos y confesiones nos volvió compinches. Cuándo mi riñón me dejó a pata, ella acompaño mis tardes tristes de hospital llevándome cigarrillos a escondidas de las enfermeras. Ayudándome a caminar hasta prender el pucho y abrazarla con besos, gracias, tos y risotadas. Cuando volví al barrio, ella me esperaba con una silla para que descanse. Y un vasito de cerveza, claro. Las historias de una mamá ausente, de un hermano preso que cuidaba con empeño; llevándole comida y presencia. Sobre todo presencia que era lo que su delgadita persona destilaba.
El amor de su Chu la amparaba de la tristeza. Llena de besos y calor, Yesi era feliz.
Un día se enfermó.
Otro día se murió.
Y su Chu desconcertado se chocaba con los autos volviendo del entierro. Con ojos enormes y tristes. Opacos. Como todo este abrazo vacío. Como yo.

viernes, 17 de mayo de 2013

Ni el poema


No deje nada en vos.

Ni el frio de un otoño que no llega.
Ni las babas de algas que estiraron sus brazos.
Ni la foto tonta escondida en el álbun.
Ni el olor del olivo prendido de tu almohada.
Ni la siniestra mueca del puchero en la despedida.
Ni una canción que te recuerde mi boca.
Ni las anécdotas que llenaran otras mujeres.
Ni una noche con lunas verdaderas.
                                                       Ni el viento te traerá mi nombre.
                                                    No me salva ni el olvido.
Ni la sombra.
                 Ni el poema

viernes, 3 de mayo de 2013

La Madre


Con Carlos nos conocimos en un curso. Viudo, cuarentón y padre de un bebote de 5 añitos. Vivían solos desde que su esposa había fallecido en un hospital de la zona. Virginia, rubia y alegre. Una neumonía mal curada le robo la breve vida a sus 25 años. El chiquito, Alejo, era menudo y simpático. Rubiecito como mamá y de ojos verdes como papá  Sin dudas padecía mucho la ausencia de su madre y, a pesar del cuidado de sus tías, buscaba en mí recomponer esa figura. La ternura de su desamparo y el profundo amor de Carlos fueron una buena razón para definir la situación y casarnos. La fiesta estuvo increíble, una pequeña luna de miel llena de cariño y pasión que terminó en siete días; nuestras obligaciones laborales no nos permitían estar mucho tiempo distanciados de la realidad. Ambas, responsabilidad y fantasía, parecen no llevarse de la mano en estos tiempos tan veloces y repletos de presión.
Volvimos a la casa y Alejo nos recibió con besos y abrazos. Feliz de tener “una verdadera familia” como le gustaba decir a él. Carlos retomó sus tareas inmediatamente mientras yo pude lograr una extensión de mi licencia para descansar, hermanarme en mi nuevo espacio y pasar tiempo con Alejo que parecía necesitarlo.
El primer día, Alejo me ayudó a terminar de desarmar mis cajas y acomodar un poco de ropa en los placares. La casa era muy amplia, paredes blancas con fotos y pocos muebles. No fue difícil comenzar a reorganizar este, mi nuevo hogar. Pegamos pósters y nos fuimos a encargar unos tarros de pinturas de colores para empañar el blanco pulcro que le daba a los ambientes una simpleza de clínica.
Jugamos a varios juegos de mesa hasta que Carlos llegó y cenamos riéndonos de todas las ideas que se nos habían ocurrido para redecorar. Él estaba tan feliz y cansado, pero sobre todo feliz porque Alejo sostenía la sonrisa en el rostro y el cenar era cálido y abundante.
Un estallido nos hizo saltar de la mesa. Carlos se levantó furioso y corrió al living persiguiendo el sonido de lo que parecía un jarrón roto o algo por el estilo. Alejo y yo nos miramos un poco asustados, su manito chiquita se apretó a las mías. “Mami…” me dijo y mi miedo se transformó en ternura. “No pasa nada mi amor, no pasa nada”. Dos minutos y Carlos no regresaba, quise ir tras él pero la manito de Alejo seguía apretándome con susto. Decidí consolarlo y esperar a que Carlos resolviera solo la situación (¿Qué situación? ¿Dónde estaría el jarrón?) así que le sonreí y empecé una vieja canción de cuna “A ver si adivinan, a ver si adivinan quién es esta. Ton Tolón Ton Ton…” Un segundo estallido me heló la sangre, busqué en mi bolsillo el celular para llamar a la policía, pero no estaba. Seguramente había quedado en la biblioteca pero hasta allí tendría que llegar cruzando el living y Alejo estaba realmente asustado. Miré por la pequeña ventana pero solo la noche con su profunda oscuridad estaba dispuesta a mostrarse. Tomé la pequeña mano de Alejo y empecé a buscar con la vista algún lugar dónde esconderlo. Un mueble de cocina, con cacharros y fotos viejas era al parecer la única opción que teníamos. Lo envolví en mi saco y le pedí que se quedara escondido hasta que Carlos o yo volviéramos a buscarlo. Lloraba en silencio, le besé la frente y mirándolo a los ojos le prometí que nunca iba a dejar que nada malo le pasara. Debe haberme creído porque se relajó y entró en el mueble. Cerré la pequeña puerta y un frío helado me corrió por la nuca. Volteé sigilosamente y nadie estaba allí. Me acerqué a la puerta entornada y llamé despacio a Carlos. Nada. Un poco más fuerte. Nada. Grité su nombre. Nada.
Tomé valor y me aventuré por el pasillo que nos separaba. A oscuras, tanteando las paredes que recordaba blancas, comencé a caminar llamándolo suavemente. Una mano húmeda me detuvo. Grité o lo intenté porque ya otra mano me tapaba la boca. Un rayo de luna se filtraba en la ventana, a lo lejos el ladrido de un perro invadía el silencio. Recuerdo un perfume acercándose, alguien corrió. Cerré con fuerza y espanto los ojos. La voz de Carlos me hizo cosquillas en la oreja. “Esto no va a dolerte, nena”. Solo entonces me desmayé.
Abrí los ojos lentamente, atontada, Alejo estaba sentado en la punta de mi cama sonriendo. Estiré las manos para abrazarlo pero mis manos no eran mías. Una tos seca me obligó a sentarme. Un mechón rubio colgaba de mi frente. El terror me obligaba a gritar, pero entonces Alejo se acercó con sus ojitos llenos de lágrimas, me abrazó con fuerza y se acostó en mi pecho. “Yo te extrañaba tanto, mami” me dijo mientras lloraba.
Yo también, mi amor.
Yo también.

lunes, 15 de abril de 2013

De búsquedas y colchones nuevos

Al abrir los ojos, los sueños escurren sus patitas en las pestañas que uno refriega (como mamá la ropa) solo para despertarse. Para pasar de lado y dejar allá tiburones sangrientos, helados descomunales o una sonrisa pícara. Sin embargo anoche. No pudo ser un sueño. Las veredas altas, los cambia vías, las autopistas enredadas. Caminé por la noche la Ciudad de Cortázar. La misma de  Héléne y Juan. Buscándote, claro. Esos espacios solo se transitan por necesidad. Nadie se mete entre trenes, autopistas y edificios enormes abandonados solo por placer. Asomas el inconsciente y este decide dejarte en el patio de tu colegio o en la cama de alguien  pero no te lleva a la Ciudad porque sí, porque es preciso, porque correspondía mientras vos tenias unas carpetas, un sol de otoño y esa puerta enorme que empieza a ceder para que detrás de ella aparezcan espacios abandonados, llenos de polvo y silencio. Avanzas con mucho miedo pero nada ocurre. Nada. Atravesando el edificio todo se explica. Las veredas altas, los trenes y su infierno de vías entrecruzadas.
Es el momento.
Acá es donde tengo que encontrarte para Encontrarte. Acá es donde vas a ser las alas de la mariposa, ese imprescindible que nos lleva tanto tiempo desarrollar. Tengo que encontrarte. Corro por los bares que se amontonan de empleados de oficina que me impiden hablar con los mozos, alguien que te haya visto. Acá tenes que estar, estoy segura. Se puede confluir, no puede ser imposible. No quiero a Héléne. Nunca la quise. Nunca quise la complejidad de buscar en esta madeja de trenes y despedidas.
La noche no es tan larga ni en los sueños. Me habrá ganado la tristeza de entender que ya no estabas. Que no estarás nunca en la Ciudad si yo aparezco. Despacio levanté el cuerpo con sus cuadernos, también  pinceles y colores. Ilusa, con la carita triste arrastrando zapatillas y mocos. Regresando a casa. Las casas con sus puertas altas y sus veredas finitas comienzan a vomitar desde abajo. Mares de agua que fluyen hacia la calle profunda. Ya no importa. El amanecer apretara los dientes con su resignación. En alguna esquina llegará un colectivo que tarda muy poco. Subí y estaba por sacar el boleto cuando el chofer se incorporó para abrazarme y llorar conmigo.
"- No te preocupes. A veces pasa. Dejá el boleto. Pasá, piba"

Y desperté.

jueves, 11 de abril de 2013

Abril en la ciudad

No te voy a perseguir por autopistas gastadas de lugares comunes y aburridos.
No te voy a pegar cartelitos en el bondi ni en la esquina de tu casa dándote pistas para el tesoro.
No te voy a salir de atrás de un copo de nieve celeste con olor a plaza, a tobogán y esas cosas.
No estoy en tus fotos del colegio, con trenzas y sonrisa sin dientes.
No tomamos helados ni corrimos carreras.
Nunca llovió cuando te sonreías.
Aunque escampó cuando lloraste.
No te voy a jugar al truco este aleteo de pájaros huérfanos en el pecho, esta lluvia de abril.

Elijo enredarme los besos en tus pestañas.
Elijo tus ojos de lechuza contorsionando el cuello para buscar la estampa preferida, el mejor dibujo.
Elijo tus paisajes dibujados en los vidrios,
el relato de una montaña  inconclusa.
Las boas abiertas y cerradas.
Las tardes de otoño.
La tormenta y el río.
Tu sur.

viernes, 5 de abril de 2013

El llanto y yo

Cuando lloro no me salen las palabras, si no mas bien gruñidos o cosas raras que no llegan ni a oración de pibe de siete años porque le pifias al teclado con la misma furia con la que le pifias al corazón, a la esperanza, al  intento inútil de no llorar porque acá estas, chiquita. Pelotuda enorme, pavota,  tontita, bobona  que son todo el mismo insulto. La estupidez mezcla con miel y sarcasmo. No puedo escribir cuando lloro y es una pena porque ya no lloro mucho. Y cuando lo hago barro en el llanto sentimientos tremendos, dignos, pasionales, pscóticos, absolutos. Me encantaría escribirlos. Dejarles acá esos pensamientos tan tristes que solo me salen a gruñidos, con onomatopeyas, con mocos.

jueves, 28 de marzo de 2013

Nightmare

Entre la niebla y la oscuridad que su densidad provocaba, busqué a tientas contra la pared alguna puerta en el edificio. Nada. Sus paredes altas, grises, húmedas. Atascando mis manos entre el dibujo de sus ladrillos. Una puerta tiene que existir y ahí parece... un poco más. Si, es el picaporte. Lo giro con cautela y empujo. No hay más que silencio y oscuridad. Unos ventanales rotos dejan pasar la luz de la luna como una antorcha cósmica. Avanzo intentando recordar que es lo que buscaba. Una escalera breve y otra un poco más alta. Pasillos vacíos van perdiendo la luz de la luna detrás de nubes violetas, pesadas, tempestuosas.
Debo apurarme. No sé porqué, pero debo hacerlo. Un empujón al final de la escalera y allí está el pasillo que conduce a la habitación de mamá. Entonces era eso, es muy tarde para la hora de visita. No puedo encontrar a la enfermera, ni a los médicos. Mejor, entonces me echarían. Pero mamá me espera triste, hace tanto que no la veo. Debería peinarla o acomodarle las almohadas pero es tardísimo, el hospital está vacío y arrasado. Ya no hay nadie más que nosotras, aunque no pueda terminar de cruzar el pasillo. Corro, pero el pasillo simula estirarse, elongar sus paredes de plastilina. Cansada me apoyo sobre los vidrios rotos a llorar. No puedo llegar. Soy impotente, cobarde, inútil. Mamá llora, casi puedo oirla. Arrastrando los pies, con las manos sucias, voy avanzando desesperanzada aunque de pronto el pasillo deje de elongar y la habitación 232 se anuncia en un cartel verde ante mis ojos. Ya no llora cuando abro la puerta. Su cama está del otro lado de la habitación y en su lugar una silla pequeña donde mamá sentada con su saco gris, con su carita gris, con su silencio gris, con sus anteojos observando el piso. Quise besarla pero mi papá me lo impidió ofendido y cabrón. A los gritos intenta alejarme de ella y no puedo responder. No puedo decirle que estan muertos. Que me deje abrazar a mamá. Que ya no nos grite. Ella está tan sola y triste. Alzó un poco sus ojos chiquitos para mirarme por encima de mis pies.
- Acostate, hija. Ya está. Descansá.
Papá seguía puteando. Me acomodé en su cama con perfume a suero y antibióticos. La observé un momento más, aunque ya estaba lejos. En alguna cama donde pude por fin cerrar los ojos para descansar.
Y despertar

sábado, 16 de marzo de 2013

Cassandra's Dream



"Probablemente de todos nuestros sentimientos
el único que no es verdaderamente nuestro es la esperanza.
La esperanza le pertenece a la vida,
es la vida misma defendiéndose"
(Julio Cortázar)





Casandra grita.
Otra pesadilla más y van...
Se ha soñado libre, solitaria, entristecida.
El fuego y la destrucción que la aquejan
le dejan la noctámbula fantasía
de creer que sus tempestades podrán superar la realidad.
Casandra mascarón de proa con ojos abiertos
enfrentando al Océano y sus dioses.
Pobrecita.
Tan valiente y nadie alentando su almita de boca seca.
Nadie

No pecaras


"La monstruosa ilusión
del amor"
(Divididos)


Él cierra la puerta arrastrándola a los besos contra las paredes mientras una mano desabrocha el cinto y la otra acompaña la cabeza de ella en ese gesto universal que la pone en aprietos.
Abre los ojos y juega con su sexo como si lo conociera, emulando al cine prohibido.
Dentro de ella todo fue complejo.
Las algas, el sonido del mar, la tibieza del magma, la quietud del Universo, las palabras emocionantes y fraudulentas.
Y el orgasmo, claro,
donde irian a morir tus pocas gaviotas...

viernes, 15 de marzo de 2013

Sadness


"Hoy viene a mi la damisela soledad
con pamela, impertinentes y botón
de amapola en el oleaje de sus vuelos."

(Silvio Rodriguez)


Tremulante.
Trémula.
Tremulada.
Enredada en las letras, a los tropiezos entre graves y esdrújulas. Estirando la pobre madeja de dendritas para aflojar los hilos. O las serpientes.
Esas, las de Hidra, echas un manojo de iras y silencios. Mordiéndose para desenredarse. Hiriéndose para desenredarse.
Aullando mudas su dolor para desenredarse.
Para deconstruirse.
Acá el hábito, allá la costumbre.
Acá el miedo, allá la soledad.
Acá la furia, allá las nieblas del Riachuelo.
No tan siniestras como tristes. Con la ferocidad aplacada a golpes insistentes. Sin finales felices dentro del ovillo.
Sin final feliz
¿Quién querrá estas manos y sus flores secas?

domingo, 10 de marzo de 2013

Sin país de maravillas

No soy Alicia.
Soy el sombrerero loco.
No me importa ser Alicia.
Soy el sombrerero cuerdo
quien conoce los secretos
y conspira contra la reina
entre té y té.
Alicia, heroína y espada.
Yo solo sombrerero
soportando su  belleza escandalosa,
su temple,
la seguridad de su partida
y su conejo blanco.
Ella despertará sabiendo
que el mundo le pertenece.
Yo seguiré cosiendo ilusiones,
paraísos, escolopendras,
larvas inconclusas...

miércoles, 6 de marzo de 2013

La inútil y el intento



“Algunas personas nunca enloquecen.
Tendrán unas vidas realmente horribles” 
(Charles Bukowsky)


Queda como perdida unos días. Desorientada. La busco en los espacios habituales y en los recién conocidos. La sonrisa no se presenta, no se deja agarrar de las pestañitas como patas de araña con tanto cuidado para que no se rompa de nuevo y ¡plaf! burbuja de colores otra vez al suelo, preciosa y perecedera. Yo sé que la dejé en algún momento entre caleidoscopio y autopistas, con bahos de naranjas y nafta quemada. Pero debajo de los árboles solamente babosas. Tiernas y conmovedoras babosas arrastrándose hasta la sombra, la humedad, unos brazos enormes. La ternura de la babosa tampoco pudo con ella. La sonrisa se había quedado de espaldas, mirando el reloj, esperando. No pude acariarlas. Las manos me resultaron indignas, ellas, babosas de gran empeño y con tanto peso a cuestas sin cejar su carrera. Yo tan cobarde.
El subjetivo tiempo entre la espera y tus abrazos. Tu risa infectando la ciudad de energía y de sueños. La subjetividad del tiempo que tardará la babosa en llegar al árbol será efímera con respecto al tiempo que a mi me llevaría tomar posición, aceptar la carrera con sus reglas como todo juego.
Y atreverme a perder.
Volví por los caminos de Pulgarcito haciendo un gran esfuerzo con mi memoria por recordar, dónde pude haber olvidado el placer por los amaneceres, por el café con leche, por los pájaros libres, por lo efímero que es eterno, por los panqueques con  dulce de leche. En cajones revueltos un caramelo colabora con la respiración que se dificulta. No son lágrimas. Claro que no. Otro cajón y la sonrisa no aparece, pero otro caramelo suelto y todo parece más claro. Las promesas en el bidet. Las carcajadas. Otra pastilla y la luz es diáfana. No hay razones hoy para sonreir. ¿Porqué necesitas mentirte, esconderte en una máscara que te pinte otra máscara dónde este todosiempretodorebien y que el dolor sea solo para los cobardes?
Algo realmente te dolió nena.
Otra pastilla y se dormirá un rato. Abrazada a sus miedos que son su amante más fiel.
Ellos si que nunca la abandonan.

sábado, 2 de marzo de 2013

July exercise

Fuimos como flores que no se
molestaron en conocer el sol
ni los peligros de las babosas
o las hormigas.
Te dormías acá,
al borde del beso
y del abrazo.
Completando con ternura
los paisajes dibujados
en el vapor del vidrio,
en el exhaustivo aliento
que empañaba la realidad
y el presente inmediato.

No ibas a ser el beso
en la frente,
la caricia o el té.
No llegarías con flores
ni con globos.
No sonaría tu voz
en el auricular expectante.

No había más que caramelos,
barriletes,
gomeras,
figuritas deshojadas
y pelotas de trapo.

Una película en domingo.
La despedida corcoveante

Juillet exercice

y te vas a quedar colgada en esos ojos curiosos y perversos y vas a saber que no se pueden mezclar los ritmos, que rocanrol y que milonga y que sueños partidos que no emparchas ni con sonrisas ni con autonautas cosmopisteando a carcajadas saltando sogas viudas casadas solteras enamoradas con hijos sin hijos sin pasado, con coños felices y coloridos buscando garuas o ballenas, mares o terremotos, caidas bamboleantes  y escandalosas, ahuecadas a besos y caricias,  acariciadas a huecos y besos, besadas en el sol y en la lluvia tempestuosa y tan autopista que cosmonauta el futuro llegando de sopetón y jugo tibio al sol. Una bocanada de vida.
Vida
solamente vos, sin mayúsculas ni espacios importantes

Daniel y el silencio

Me puse la pollera de estrellitas de colores, preciosa. Y las zapatillas naranjitas que estaban descocidas en la punta, porque las negras mamá me obligaba a quitarmelas cuando volvía del colegio. "Se te van a romper y te tienen que durar todo el año" repetía mi vieja incansable en cuánto me veía que encaraba para las negritas si salía a jugar con Pablo sobre todo. Pero la miope veía a la perfección si la nena se rajaba con las zapatillas   del colegio o el jogging nuevo, entonces lo más sano para mis mejillas era volver sobre mi y cambiarme con la misma ropa de siempre. Y bancarme la gastada.
A veces, me dejaba ponerme la pollera entonces me sentía un poco más linda que con ese jogging  azul con pitucones marrones cosidos en hilo amarillo. Me solté el pelo y me sonreí una y otra vez en el espejo. Un poco de flequillo que probe derecha, izquierda y centro. Mejor hacia la derecha. Sentí frio y encontré el pullover que me había tejido mi tia hacía unos años. Un rosa nena chicle, bastante bonito. Me quedaba un poco chico, pero me veía bonita. Entonces salí a jugar y primero la llamé a Marisa, pero estaba comiendo me dijo la mamá. Crucé a la casa de Laura, pero la mamá salió muy enojada y me habló de una carta, de no se qué compañerito del colegio y que Laura estaba en penitencia por una semana. Me sentí un poco decepcionada, porque si Laura y Marisa no venían yo no me iba a animar a llamar sola a Pablo para que viniera a jugar. Mi último intento era Verónica, pero se habían ido a la casa de una tia o algo asi.
Me volví triste y me senté en el pasto al costado de la zanja, haciendo puchero.
-¿Qué te pasa? ¿Estás aburrida?
Daniel me levantó la cara y me pasó un dedo con grasa para limpiar la lagrimita que ya caía.
- No hay nadie para jugar...
- Vení. Ayudame con el auto.
Me levanté contenta. Me gustaba ayudar a Dany con el auto, él siempre venía con la mujer y el nene chiquito  a tomar mates con mi mamá que les alquilaba el garaje. Ahora hacía semanas que se había roto el auto y los fines de semana Dany lo iba reparando. Debía ser algo del motor, yo solamente tenía que apretar el acelerador o el embrague según él me lo pidiera. Me entretenía un rato, después ya me aburría y me bajaba del auto para ir a jugar a la payana o a la rayuela casi siempre.
Así que me subí al auto y primero el embrague, despues el acelerador a fondo, más despacio, un poco menos, de nuevo el embrague.
La puerta del conductor siempre se trababa un poco de adentro asi que como ya me había aburrido comencé a forzarla para tratar de abrirla cuando Dany entró por la otra puerta y se sentó a mi lado frotandose las manos por el frio.
Le sonreí y cuándo iba a pedirle que me ayude a bajar, sus dos manos se metieron debajo de mi pullover rosa chicle nena que me había tejido la tia.
Me paralicé. Sus manos pellizcaban mis pequeñisimos pechos, se acercó con fuerza y sentí el espanto de su aliento sobre mi cara. Las lágrimas se comenzaron a escapar solas, sin ningún esfuerzo. Todo lo contrario ocurrió con las palabras que se quedaban atascadas en la garganta entre gritos de espanto, de auxilio, pero sobre todo la palabra Mamá que era la única que quería gritar.
Mamá
Mamá
Mamá
Nada, no podía gritar, ni hablar, ni dejar que el hipo del llanto lo conmueva. De pronto, como ayudada por la más profunda fuerza, casi cayendose de mis lábios, otra voz en la mia imploró.
Por favor...

Dany sacó las manos y se acomodó la remera para que tapara la mancha de esperma. Inmóvil, con un pie en  el embrague y otro en el acelerador, tenía mucho miedo de bajar, de quedarme, de hablar, de mirarlo, de seguir respirando el mismo aire.
- Si le contás a tu mamá te va a poner en penitencia, cómo vas a venir con esa pollerita que se te ve toda la bombacha, nena? Mirá las tetitas preciosas que tenés, no podés andar asi. Entendés? Yo no te toqué la bombacha porque soy muy bueno, pero la próxima vez voy a tener que hacerlo, entendés? Te va a gustar, tenés que acostumbrarte. Pero tu mamá no te deja salir a jugar más si le contás, eso si te cree. Porque yo le voy a decir que es mentira, bonita. Ahora bajá. Y callate la boca. Ya sabés...
La puerta se abrió con el primer empujón.
No podía decir nada
Era mi culpa
La culpa que genera un estado de mudez que cree eterna.
Hasta que un día se anima y le escribe un cuento al hijo de re mil putas de Daniel.
De mi vecino Daniel.
El Oficial Daniel de la Policia Bonaerense.
Daniel que me robó la inocencia.
Daniel que se sentó esa Navidad a comer asado en mi casa y me regaló una muñeca.
Daniel que se eyaculó en los pantalones abusando a una nena de 11 años.
Enmudeciendola
Hasta hoy


jueves, 28 de febrero de 2013

Indiecito existencial

El Indiecito juega a las escondidas entre las tolderias. Ignorando al cacique, distribuye sus enormes ojos entre princesas y reinas. Todas igualadas ante la zancadilla de su sonrisa inmensa, completa de belleza, de gorriones en primavera. Él no comprenderá porqué la reina toma una mazo de naipes en vez de seguir los estrictos pasos del ajedrez y dejarse de joder. Porqué tira los reyes y pierde la mano, un poco triste pero acostumbrada. Y toma un ómnibus a  cualquier parte del mundo donde no existan los Indios ni los Indiecitos, ni esos ojos siderales dónde puede explicarse la esencia y el Universo.
Lejos de esos ojos que encandilaran alguna princesita acorde a las circunstancias, al requerimiento de los duendes que acarician con sus brazos, le llegará el amor que tiembla en las rodillas.Y tendrán hijos y un perro.
Y un jardín con un perro tan lejos ya de su reina.
Un ladrido la convierte en extraña y sabe dar una dama el paso al costado en el momento exacto.
Entre la princesa, el jardín y el perro.
Y el ladrido.
Y el cordero atado

domingo, 24 de febrero de 2013

El completo amor

Amo el otoño.
La llovizna.
El azul en la tapa de los libros
y ese olor a nuevo en sus hojas.
Al jacarandá en flor arrastrado
por la lluvia.
Un jazmín que regalé
impregnado de mi impronta.
Un barrilete hecho por mis manos
destartalado y pedante
buceando en el cielo.
Un álamo que fue mi casa,
el escondite de mis cucos,
dónde no llega ni papá.
Un cabsha que estaba en mi cuaderno
de sexto grado después de un recreo,
haciendome creer por primera vez
en el amor y en la magia.
Un beso en el Malba.
Ese abrazo interminable
en la Estación Urquiza.
Una caricia a escondidas
en la Plaza de Mayo.
Una paloma arrollada
por el pincel de Picasso.
El perfume del mar
cuando es de noche.
La tentación de apoyar
la mano en Van Gogh
o Xul Solar o Frida Kahlo
y sentir. Sentir su pasión
encriptada.
Las lágrimas vertidas
con La Strada.
Las lágrimas calladas
con Annie Hall.
El arcoiris que vi desde
el balcón del local
con Pablo y Morta
ese día que era tan triste.
Desafiante y presagioso.
Unas manos chiquitas
que me acarician y me retan
como a Frodo trepando
las colinas.
Me obligan a crecer.
A amarlos como a nada.
A agradecer la vida.

miércoles, 20 de febrero de 2013

La lluvia y el juego




Hay musas que juegan en la lluvia. Ninfas desnudas entre los árboles invitándonos a bailar, a recobrar el placer del soñar despierto. El amor de los niños que se besan a carcajadas, saltando charcos, cucos, realidades.
Es delicioso verlas divertirse, disfrutar del pasto húmedo mientras abren arcones conocidos. Burlonas nos muestran su juventud, su desparpajada juventud entre estos trastos viejos que fueran mis juguetes. Pelean entre ellas por mi soga, mi único patín (creo que era el izquierdo, nunca tuve el par), un montoncito de moras robadas, un raspón en mi frente, un primer beso escondida en el recreo, un padrenuestro multiplicado en cientos por cada confesión, un helado de chocolate, mi primer minifalda (blanca con rayas rojas), una caja de música en la que suena Sandro en la voz de mi vieja.
Es impúdico y extravagantemente bello verlas hurgar, buscar los perfumes de patios pequeños y dulce de leche casero. Encontrar barriletes y mariposas. Colores olvidados en desilusiones grises, en claustros grises, en drogas grises, en culpas grises, en anteojos enormes para esconder la mirada. No los ojos. La mirada que también es gris. Por dios, tan gris.
Agitando con furia las alas es como han de morir los amores y las mariposas.
Entonces, ellas.
Payasas, siniestras, hermosas, ancestrales, perfectas.
Musa tempestuosa obligandome a entregarte mi pobre cuento.
Me rozarás, piadosa, los labios.
Y tus migas serán suficientes para entregarme al juego.



martes, 19 de febrero de 2013

La mariposa y la lluvia

Hace frio y llueve. Y una se ve en el compromiso de escribir cosas  trascendentales, pegadas a esta realidad de sílex enmohecido en perfumes putrefactos. De seres siniestros, asesinos.
Que poco importará la mariposa muerta en mi patio. Con sus alas pesadas de lluvia y un color precioso. Naranjas y ocres mezclados sutilmente con algún filigrana en negro repetido en forma cromática, geométrica, perfecta. El esfuerzo de la naturaleza por ofrecer algo tan bello, tan cuidado desde su crisálida. Alimentado con lo mejor de su pasado, buscando mejorar la especie. La vida misma.
Cada parte de su cuerpo había luchado por crecer. Por mutar en ese esplendor de colores que recuerda a caramelos y cosas ricas. Cómo puede no importar cuando la muerte atropella impiadosa la belleza. Cómo pueden no importar la impotencia de sus ojos. Cómo puede  no importar el dolor de  la caída, el sueño interrumpido, la lluvia indiferente, la bala de Favale

lunes, 18 de febrero de 2013

La desilusión

Ella los vio salir.
Pura paranoia, pensó. Y siguió bailando.
Algo en la imágen le resultaba extraño.
El tiempo pegaba arañazos al minutero.
Entonces decidió seguirlos.
No fue dificil encontrarlos, nisiquiera se habian tomado el trabajo de esconderse.
La visión se nubló.
La imágen debía estar distorsionada.
Sin embargo, algo se rompía.
Ese motorcito triste, hijo del capricho, de la malcrianza que reciben las princesas a quienes todo se les da. Pero no, esto no y eso tampoco. Entonces carita de puchero rezumando espuma dulce por la boca. Hinchando los ojazos de agua. Un agua que brotará escandalosamente de un instante a otro. No puede contenerse. El dique de sus párpados se quiebra y allí está la primer gota suicidándose en una mejilla que hierve de rabia. Una tras otra caen sin escrúpulos ni tapujos. Algunas mojan la nariz, otras recorren las comisuras de la boca. Ninguna supera por mucho el cuello, pero son raudas y veloces. Comienzan a crecer a borbotones mientras el recuerdo cumple su perfecta función de angustia, de ausente esperanza. No conocerá el reparo de las caricias, de los besos en la frente, la palabra amable y el abrazo. No podrá encontrar un hombro, un pecho, un cacho de pared dónde apoyar la desilusión y suspirar profundo para ir apagando el llanto. Para aclarar la vista y ratificar la postal.
No lo ha soñado, solo lo ha visto.
Su amiga se besa apasionadamente con su novio.
Es real.

jueves, 24 de enero de 2013

El primer beso

La decisión del primer beso es la más crucial
en cualquier historia de amor,

porque contiene dentro de sí la rendición.



Emil Ludwig


Caminábamos despacio, abstraídos en una conversación importantísima sobre el carácter efímero de las chicharras y su esfuerzo por reproducirse, sonido malinterpretado como un augurio de temperaturas elevadas. A mi no me importaban las chicharras pero me conmovía la pasión con que me explicabas todos sus procesos biológicos. Hacía tanto calor que empezamos a cansarnos y a buscar con la vista algún banco, un escalón a la sombra. Así fue. Cuándo te sentaste me estabas contando sobre las palomas o los horneros. No recuerdo exactamente. Algún gesto mio al hablar hizo que notaras la quemadura de mi mano. Qué te pasó? Nada, me quemé hace muchos años en una fábrica. Pobrecita. Pero no te dio asco ni impresión. Me alzaste la mano con dulzura, acercándola a tu boca. Besándome tierna y solidariamente mi dolor. Ahí, en un trazo de epidermis quemada, besabas mi cansancio. Mi soledad. Mi tristeza.
Te sonreí y escondí la cara. Todavía tenés esa capacidad de convertirte en nena. Me contaste que un accidente cuando muy chico te había herido gravemente el ojo. Entendí. No era yo sola quién sufría. Vos estabas tan triste entre chicharras y horneritos. Entre hospitales y abandonos. Pensé que no pueden perderse quienes no saben a dónde van y me acerqué a besar tus ojos.
Mi dolor acá es más grande, dijiste.
Y me besaste la boca