Por todo
nombre cuando no su padre le encajaba un “Barbie” ofensivo y cierto. Barbara
Yesica la habían bautizado. Y anda a cantarle a Gardel.
La invité a
mi cumpleaños la misma noche que nos conocimos. Y agradeció mi confianza con su
amistad, que era el amor en su estado más rudimentario y puro. Un tiempo de
abrazos y confesiones nos volvió compinches. Cuándo mi riñón me dejó a pata,
ella acompaño mis tardes tristes de hospital llevándome cigarrillos a
escondidas de las enfermeras. Ayudándome a caminar hasta prender el pucho y
abrazarla con besos, gracias, tos y risotadas. Cuando volví al barrio, ella me
esperaba con una silla para que descanse. Y un vasito de cerveza, claro. Las
historias de una mamá ausente, de un hermano preso que cuidaba con empeño;
llevándole comida y presencia. Sobre todo presencia que era lo que su delgadita
persona destilaba.
El amor de
su Chu la amparaba de la tristeza. Llena de besos y calor, Yesi era feliz.
Un día se
enfermó.
Otro día se
murió.
Y su Chu
desconcertado se chocaba con los autos volviendo del entierro. Con ojos enormes
y tristes. Opacos. Como todo este abrazo vacío. Como yo.
2 comentarios:
Muy bueno, exacto, ni una palabra de mas, lleno de corazon.
Muchisimas gracias, Marcos. Sinceramente
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