domingo, 19 de mayo de 2013

La Yesi


Por todo nombre cuando no su padre le encajaba un “Barbie” ofensivo y cierto. Barbara Yesica la habían bautizado. Y anda a cantarle a Gardel.
La Yesi era borracha, básicamente. No le importaba caminar veinte cuadras para comprar una cerveza a las 4 de la mañana. Se iba sola o acompañada. Impune. Ebria. Delgadísima y con cara de perro malo. Así la conocí y me di cuenta que lo mejor para mi era ser su amiga. No parecía nada bueno lo contrario.
La invité a mi cumpleaños la misma noche que nos conocimos. Y agradeció mi confianza con su amistad, que era el amor en su estado más rudimentario y puro. Un tiempo de abrazos y confesiones nos volvió compinches. Cuándo mi riñón me dejó a pata, ella acompaño mis tardes tristes de hospital llevándome cigarrillos a escondidas de las enfermeras. Ayudándome a caminar hasta prender el pucho y abrazarla con besos, gracias, tos y risotadas. Cuando volví al barrio, ella me esperaba con una silla para que descanse. Y un vasito de cerveza, claro. Las historias de una mamá ausente, de un hermano preso que cuidaba con empeño; llevándole comida y presencia. Sobre todo presencia que era lo que su delgadita persona destilaba.
El amor de su Chu la amparaba de la tristeza. Llena de besos y calor, Yesi era feliz.
Un día se enfermó.
Otro día se murió.
Y su Chu desconcertado se chocaba con los autos volviendo del entierro. Con ojos enormes y tristes. Opacos. Como todo este abrazo vacío. Como yo.

2 comentarios:

Unknown dijo...

Muy bueno, exacto, ni una palabra de mas, lleno de corazon.

María Negro dijo...

Muchisimas gracias, Marcos. Sinceramente