lunes, 15 de abril de 2013

De búsquedas y colchones nuevos

Al abrir los ojos, los sueños escurren sus patitas en las pestañas que uno refriega (como mamá la ropa) solo para despertarse. Para pasar de lado y dejar allá tiburones sangrientos, helados descomunales o una sonrisa pícara. Sin embargo anoche. No pudo ser un sueño. Las veredas altas, los cambia vías, las autopistas enredadas. Caminé por la noche la Ciudad de Cortázar. La misma de  Héléne y Juan. Buscándote, claro. Esos espacios solo se transitan por necesidad. Nadie se mete entre trenes, autopistas y edificios enormes abandonados solo por placer. Asomas el inconsciente y este decide dejarte en el patio de tu colegio o en la cama de alguien  pero no te lleva a la Ciudad porque sí, porque es preciso, porque correspondía mientras vos tenias unas carpetas, un sol de otoño y esa puerta enorme que empieza a ceder para que detrás de ella aparezcan espacios abandonados, llenos de polvo y silencio. Avanzas con mucho miedo pero nada ocurre. Nada. Atravesando el edificio todo se explica. Las veredas altas, los trenes y su infierno de vías entrecruzadas.
Es el momento.
Acá es donde tengo que encontrarte para Encontrarte. Acá es donde vas a ser las alas de la mariposa, ese imprescindible que nos lleva tanto tiempo desarrollar. Tengo que encontrarte. Corro por los bares que se amontonan de empleados de oficina que me impiden hablar con los mozos, alguien que te haya visto. Acá tenes que estar, estoy segura. Se puede confluir, no puede ser imposible. No quiero a Héléne. Nunca la quise. Nunca quise la complejidad de buscar en esta madeja de trenes y despedidas.
La noche no es tan larga ni en los sueños. Me habrá ganado la tristeza de entender que ya no estabas. Que no estarás nunca en la Ciudad si yo aparezco. Despacio levanté el cuerpo con sus cuadernos, también  pinceles y colores. Ilusa, con la carita triste arrastrando zapatillas y mocos. Regresando a casa. Las casas con sus puertas altas y sus veredas finitas comienzan a vomitar desde abajo. Mares de agua que fluyen hacia la calle profunda. Ya no importa. El amanecer apretara los dientes con su resignación. En alguna esquina llegará un colectivo que tarda muy poco. Subí y estaba por sacar el boleto cuando el chofer se incorporó para abrazarme y llorar conmigo.
"- No te preocupes. A veces pasa. Dejá el boleto. Pasá, piba"

Y desperté.

jueves, 11 de abril de 2013

Abril en la ciudad

No te voy a perseguir por autopistas gastadas de lugares comunes y aburridos.
No te voy a pegar cartelitos en el bondi ni en la esquina de tu casa dándote pistas para el tesoro.
No te voy a salir de atrás de un copo de nieve celeste con olor a plaza, a tobogán y esas cosas.
No estoy en tus fotos del colegio, con trenzas y sonrisa sin dientes.
No tomamos helados ni corrimos carreras.
Nunca llovió cuando te sonreías.
Aunque escampó cuando lloraste.
No te voy a jugar al truco este aleteo de pájaros huérfanos en el pecho, esta lluvia de abril.

Elijo enredarme los besos en tus pestañas.
Elijo tus ojos de lechuza contorsionando el cuello para buscar la estampa preferida, el mejor dibujo.
Elijo tus paisajes dibujados en los vidrios,
el relato de una montaña  inconclusa.
Las boas abiertas y cerradas.
Las tardes de otoño.
La tormenta y el río.
Tu sur.

viernes, 5 de abril de 2013

El llanto y yo

Cuando lloro no me salen las palabras, si no mas bien gruñidos o cosas raras que no llegan ni a oración de pibe de siete años porque le pifias al teclado con la misma furia con la que le pifias al corazón, a la esperanza, al  intento inútil de no llorar porque acá estas, chiquita. Pelotuda enorme, pavota,  tontita, bobona  que son todo el mismo insulto. La estupidez mezcla con miel y sarcasmo. No puedo escribir cuando lloro y es una pena porque ya no lloro mucho. Y cuando lo hago barro en el llanto sentimientos tremendos, dignos, pasionales, pscóticos, absolutos. Me encantaría escribirlos. Dejarles acá esos pensamientos tan tristes que solo me salen a gruñidos, con onomatopeyas, con mocos.