miércoles, 5 de diciembre de 2012

Mudanzas

Todas las sobremesas se parecían: Televisión de fondo, papá y mamá charlaban sobre el dolar, el costo de vida, la sucesión, la terrible e inexorable venta de mi casa.
¡Mi casa! ¡Cuánto odiaba mi casa! El olor a musgo del pasillo, sus pisos negros, las persianas rotas y caídas,   el correr nocturno de las ratas por las cornisas, la soledad infinita de un departamento viejo sobre una avenida.
Sin dudas, lo más difícil de sobrellevar era la soledad, ese sentimiento que debe uno ir descubriendo en la vida me era tristemente natural en esa infancia de bocinazos y frenadas. No se jugaba en la calle. No se jugaba en la vereda. No se jugaba en la casa de extraños. No se desacomodaban los juguetes de la pieza. No se jugaba en la plaza que no tenía juegos. No se jugaba en el balcón, porque era peligroso. No se jugaba en el patio, por no romper las flores. No se jugaba.

Papá firmó muchísimos papeles. El hombrecito flaco y bigotudo estiró el brazo hacia atrás buscando una tablita. El costo de vida, pensé. "Es tanto", dijo y sonrió de una forma que no entendí. Papá abrió grande la boca y quedo callado un instante. Sutilmente miró hacia mi y guiño un ojo. "No podríamos dejarlo en un puntito menos? como el costo de vida del mes pasado, digamos. Hoy es 2 de noviembre. Podríamos hacerlo así... verá... yo necesito ese dinero para comprar otra propiedad... usted sabe... mi familia y yo..." "No" respondió tajante el bigotudo. Papá había perdido. Por primera vez había perdido. Podía ver la derrota en todo su rostro. "Tienen tiempo hasta el 15 para dejar la casa. Si quiere le puedo mostrar alguna por esa misma suma. La señora prefiere alguna zona en particular?" Pícaro! A mamá le brillaban los ojitos "Y... no quiero irme del centro" Papá la fulminó sin querer. Endulzando un poco la voz, más por cortesía que por arrepentimiento le explicó al bigotudo que, en verdad, el dinero se iba a repartir entre tres ya que la casa era de su madre "y, pobre viejita, ella no quiere un mango; pero somos tres hermanos"
El bigotudo lo miró con un poco de ternura "Señor, usted sabe que por ese monto no va a encontrar casas por la zona" Lo sé. Vamos. Buenas tardes.

El viernes 25 papá encargó el camión de mudanzas.Todo estaba embalado. Mamá estaba de muy mal humor y lo perseguía para pedirle que le jurara que pronto se volverían a mudar. ¡Calle de tierra! ¡Dios mio! Lloraba y a los gritos nos señalaba a mi y a mi hermano de una forma casi histérica. "Los ves? Eso querés para tus hijos? Que se crien en un barrio de tierra!!!!! En una escuela pública!! Dios mio!! Dios mio!!"  Con mi hermano corrimos a consolarla y ella nos abrazaba como salvandonos del infierno.

Salí a despedirme de la casa ¿Uno entiende la noción de despedida a los 7 años? Se que salí a despedirme de mi casa. Una sensación superior a mi me empujaba a guardarla en el tacto, en el olfato, en su hedor húmedo. En los ojitos que recorrian espacio por espacio y se que aun hoy podrían dibujarla con la exactitud de una boa abierta o cerrada.
Una lenta reconciliación fue colmándome. Mientras la realidad seguía a los gritos con mamá en el comedor, otra mamá se sentaba a tomar mates junto a las plantas, riendo, cantando a Sandro. Papá comía sandwichitos de jamón crudo y queso tomando una cerveza en el balcón. Mi hermano y yo jugamos a saltar peldaños en la escalera. Mi abuela sonrie desde la puerta mientras mi primo Daniel toca Baglietto en la guitarra y un barco se incendia en el puerto de Bs As. Mi tia Moni me enseña a picar perejil y me regala el album del Topo Yiyo. Carlitos me lleva a upa por todos los kioscos y yo sintiendo en la panza que eso era raro mientras se llevaban las cosas de la tia Fatty que había ido a parar abajo de un camión ese verano en Pergamino. Y Amalia. Y los cuadros de Alfonso. Las latas de galletitas del almacén de Don Alfredo, donde yo elegía las Panchitas enteras, o le comia el relleno de las merengadas y escondías las tapitas. Pobre Don Alfredo cuando haya barrido debajo de su heladera. Años de tapitas, de querer solo lo más rico, sin negociaciones absurdas.
Sentada en la escalera me sentí una idiota. Me di cuenta que nada iba a volver a pasarme allí. Me estaba mudando. No lloré. Algo enternecia la tarde detras del moho y los exhabruptos maternales

Dos vueltas de llave. Mamá ya no le dirigía la palabra. Cansado, mi viejo volvió la vista hacia aquel lugar que  lo había visto crecer, hacerse hombre, beber mujeres a mansalva con ginebra, casarse, ser padre, odiarse.
"Digan chau a la casita"
"Me la llevo conmigo", le dije
Y así fue

domingo, 25 de noviembre de 2012

El remisero y la dama

Después de ser madre nunca más recuperé mi cuerpo. Mis pequeños pantalones fueron para alguna amiga. Mi realidad me molestaba, pero no me esforzaba mucho para modificarla. Mi marido me ignoraba cada vez que podía. Tenía una amante, una nena vendedora en una tiendita cerca de su negocio. Preciosa. Fui a verla en cuanto lo supe, pero no pude decirle nada. Un nudo en la garganta me provocó su hermosura, su inescrupulosa juventud.
Tampoco le reclamé a él. Esperé a que la situación decantara. Una semana después, borracho, me confesó que no se iba por los chicos, que la rutina, que mi locura, que el hartazgo y sus ganas de vivir la vida antes que ya no pudiera. Tenía razón. Yo también estaba harta de él, de su mal humor, de su desprecio sexual constante.
Pero no íbamos a divorciarnos por los chicos. Había que aguantarse el perfume de la pendeja en la sábana por los chicos. Había que hacerse la boluda con la hora por los chicos. Y esos fines de semana de convenciones sobre el uso y abuso del dentífrico hechas en Mar del Plata, había que fumárselos por los chicos.
Alquilábamos un departamento en un segundo piso por escalera, hermoso para mi cuando iba al supermercado. Pero mirá que sos egoísta  nena. El departamento es precioso, mirá estos ventanales. Sí, pero yo después los tengo que limpiar. Sos una hincha pelota. Alquilado, señor. Aquí le dejo la seña.
Así fue. Pero me acostumbré y era casi un ejercicio. Subir y bajar las escaleras para atender la puerta, comprar, ir por el diario.
Una noche de verano, tardísimo, me quedé en el comedor mirando la tele. O tal  vez, esperando que él llegue. No lo sé.
Abrí las cortinas y las ventanas porque el calor era insoportable. Un motor gasolero interrumpió los diálogos de la película en su volumen tan bajo. Era mi vecino regresando del trabajo. Rápidamente metió el auto en el garaje y apagó el motor. Salió al jardín y me saludó con la cabeza. No me había dado cuenta que lo estaba mirando. Lo saludé y me cerré un poco la camisa. Él sonrió y se metió en su casa. Seguí mirando la película con una sensación extraña. Era bonito, un  poco mayor que yo, casado, con hijos. Me reí con fuerza pensando cuán necesitada estaba de cariño que podía fantasear con una sonrisa. Sostuve el pensamiento y miré hacia su casa. Sobre su puerta se abría una pequeña ventana y detrás, una mano frotaba sin cesar algo que parecía un calzoncillo.
Me asusté y corrí a cerrar la puerta. Ese tipo estaba loco! Apagué la luz y abroché toda mi camisa. Era demasiado corta pero dejaba ver solo un poco la ropa interior. Estaba gorda, respiraba fuerte y sentía como   la camisa me ceñía los pechos. Un botón salió disparado. Estaba asustada.
Despacio me fui acercando a la ventana. Él seguía allí. Podía distinguir su desnudez. Una porción de su torso se iluminaba con la luna. Su enorme erección tenía la bendición de la luz de calle.
Me quedé sin aire, él comenzó suavemente a masturbarse y abrió un poco más la ventana para que yo pudiera verlo. Con señas me  hizo comprender que me desabrochase otro botón de la camisa. Lo hice.  Bajé despacio el corpiño, sin llegar a los pezones. Su ritmo aumentaba. Abrió la puerta de su casa y se asomó al jardín, con el pantalón en los tobillos, se acomodó contra una pequeña pared que eventualmente lo cubría. Salí al balcón y desabroché despacio la camisa desde abajo. Eran las tres de la mañana. La calle estaba vacía. Mi mano buscó el elástico. Un perro cruzó de golpe y se quedó mirando. Tal vez por instinto. Una mujer con su mano sacudiéndose  Un hombre con espasmos sobre unos jazmines. La mujer mirando asustada y tapándose pronto. Porque ahí estaba el ruido de la llave. Para que mierda me esperaste despierta. Salté encima  de él e intenté besarlo. Me rechazó pero sintió mi cuerpo hirviendo, desesperado. Lo intenté nuevamente para demostrarle que no tenía pudor, ni escrúpulos, ni orgullo. Le bajé los pantalones y lo violé. Me rechazaba con palabras y haciendo fuerza para separarme las piernas. Me despreciaba  Al fin logró quitarme y se puso de espaldas. Tuve mi orgasmo contra sus muslos, odiándolo, llorando su impiedad. Me separó bruscamente de él y se fue a dormir al comedor.
Me tomé una pastilla pero no hizo efecto.
O si.
Comprendí que él tenía razón.Ya no nos amábamos y teníamos derecho a vivir, y él estaba haciéndolo a costas mías  Unas vacaciones de padre, no iban a hacerle mal. Tal vez la nena venía a ayudarlo y terminaban todos juntos jugando a la soga.
Lo sentí irse al trabajo. Desperté a los chicos y mientras los llevaba al colegio les dije que me iba de vacaciones. El mayor me miró y solo dijo, está perfecto. Ya fue demasiado.
Una valija chiquita, algún lugar dónde descansar de tanto menosprecio e indignidad. Bajé a tomar el colectivo y ahí  estaba el remisero. Yéndose tarde a trabajar. Sonrió al verme pero dejó de hacerlo cuando vio la valija, Cruzó la calle para presentarse. Pablo. Soy Pablo. Te deseo hace muchísimo tiempo, y te escuche llorar muchas veces, yo quisiera... yo quisiera besarte. La mujer de Pablo salió a despedirlo. Claramente un conflicto vecinal, el señalamiento de los kiosqueros, Oh! Si! Los vio besándose!
Pronto llegó el colectivo y Pablo se cruzó de hombros, abrió la puerta de su auto y arrancó. Llegó hasta la parada y me abrió la puerta. Subí, princesa. Y subí.
Pero bajamos pronto, en el primer hotel alojamiento

miércoles, 21 de noviembre de 2012

Fin de verano


La infancia fue a los tropezones Flecha o Pampero. No llegaba a ser alta. No llegaba a ser flaca. Gabriela era perfecta. No porque fuera mi prima. Pero era sencillamente hermosa. Ella era alta y flaca. No tenía las piernas llenas de moretones de tanto subir al árbol. Ella era educada y nunca, pero nunca miraba a la cara a los camioneros que le halagaban el ir y el venir. A mi me parecía descortés de su parte. Pero era a ella a quien piropeaban. Así que no iba a meterme.
Cuándo iba a visitarla siempre me invitaba helados. Unos cucuruchos enormes de dulce de leche granizado. Pero, como condición, yo tenía que ir a comprarlos sola. Ella me daba la plata envuelta en un papelito y yo tenía que dársela al muchacho de la heladería. Un pibe alto, con cara de torpe y algunos granitos en la frente. Siempre con una sonrisa. Me gustaba. Me daba el helado y anotaba cosas en una servilletita que yo entregaba en manos de mi prima sin ninguna pregunta y sonrisa de cucurucho.
Esa tarde, mis viejos decidieron dejarme a dormir en su casa. En la pieza de la abuela, claro. Pero estaba todo tan perfumado y se sentía tan bien en ese patio lleno de flores y tibieza. Gaby se recostó en la pared y me apoyé en ella. El perfume de su pelo era embriagador. Le acaricié las piernas. Era tan agradable acariciar una pierna recién depilada. Mis pocos bellos me causaban pesadillas, pero para mamá era demasiado chica para depilarme, y debía soportarlos. Gaby no. Gaby se depilaba y sus piernas eran larguísimas y suaves. Se levantó y me invitó un helado. Nos reímos juntas y salimos a los saltos para la heladería. Estábamos felices, abrazándonos y riendo como tontas. El camino pareció más corto.
No estaba el muchacho, en lugar de él un señor panzón me dio el cucurucho sin sonreírme y el vuelto suelto en la mano. Crucé la calle y ahí estaban. Gaby y el heladero se besaban apasionadamente. Tomó su rostro, acarició su cuello. Sus manos fueron buscando los pequeños pechos. Gaby respiró hondo y él comenzó una caricia que recorrió su vientre pequeño, buscando el borde de la minifalda. Corrí hacia ellos. Tiré el helado al piso y comencé a pegarle en la espalda. Sorprendido y aturdido quiso calmar mi  llanto. No. Gaby, no. No. No podía lastimarla. No podía meter la mano en su bombacha. Cuántas veces Gaby me lo había prohibido. Eso no se hace. Eso no se hace

viernes, 16 de noviembre de 2012

Manuel



Para mi amiga y su tristeza.
Ojalá nada hubiera ocurrido

Las cosas suceden porque sí. La vida es tan azarosa que es incomparable al laberinto. Dentro de él existe la salida. Sin embargo la vida, a veces, se queda sin respuestas, con callejones sin salida que concluyen en otros callejones sin salidas. Sin preguntas, sin aire.
Yo lo amaba pero no pude decírselo. Un momento exacto que no fue, que no pudo esperar. El tiempo blando y sencillo del sofá y tu pecho. Pero el miedo a que te espantaras, la bendita libertad, la promesa del descompromiso. Y yo tan taza de té tibio, con los ojos bien abiertos, casi gritando que te amaba. Que eras el siniestro hacedor de mis sueños dónde te empeñabas en aparecer, el señor enredado en las sábanas satisfaciendo los secretos de mi cuerpo. Así el amor. Así el silencio.
La película terminaba y el pocillo se apoyó en su plato. Silencioso. Dormías.


En el colectivo lloré un poco. Mi tristeza era más fuerte que el pudor. Yo te quería. ¿Por qué me condenaba a abandonarte? ¿Por qué no me conformaba con lo que querías dar? Llegué a casa y te llamé solo para escucharte. No atendiste, el sueño por fin te había ganado después de tantos días mal dormidos. Mañana a la mañana.
Te llamé temprano y te dejé un mensaje invitándote a almorzar. No respondiste y asumí que estabas enojado. Sin embargo  te esperé en el bar, inútilmente. Llovía y te llamé desde la calle frente a tu departamento. La luz de la cocina seguía prendida. Te rogué por mi salud que me dejarás pasar. La tormenta arreciaba y no había amparo en mi auxilio. Esperé. Un cigarrillo tras otro buscando el resguardo del frío. La luz seguía indemne en la madrugada. Con sueño paré un taxi y volví a llamarte. Habrías salido y yo como una pelotuda mojada hasta el alma que no paraba de llorar. Ni un minuto.
No pude dormir. Me tomé dos pastillas y te llamé un poco borracha, llorando, pidiéndote una puta explicación de tu silencio. Una maldita respuesta. Un merecido “Andate a la mierda” en palabras y no ese silencio indiferente. Plano. Absurdo.
Te insulté, te pedí perdón y te aseguré que me apostaría frente a tu casa hasta que me dieras el último beso.
Y me dormí.
Me desperté tarde, más tarde que de costumbre. Corrí a bañarme y te llamé mientras me  cambiaba. Iba a buscarte antes de entrar al trabajo. Somos adultos. Un café.
El colectivo tardó, te deje otro mensaje pidiéndote disculpas por estar tan retrasada. La calle estaba cortada. Me bajé y apuré el paso. El camión de bomberos era enorme. La gente estaba agolpada en el palier. La mujer del encargado salió gritando a mi encuentro. ¡Dios mío, que desgracia! ¡Manuel, Manuel! ¡Dos días muertos, hija, ahí solo, pobrecito, Dios mío. Fue el corazón. Dios mío, tan joven! ¡Por qué, Dios, porqué!
No pude seguir oyendo. Los oídos se taparon. Me costaba muchísimo poder ver. Tuve que forzar la vista para distinguir toda esa gente que llevaba una bolsa donde sonaba estúpidamente tu celular. Una bolsa con forma de Manuel que se llevaba a Manuel.
Apagué el teléfono.

Los fantasmas no existen



"Solo una pobre canción
da vueltas por mi guitarra" 



Corrías hasta mi, solo porque faltaba media cuadra para encontrarnos. La emoción no te permitía esperar segundos más. Ansiedad de abrazarme fuerte, aferrándote al futuro, besándome desesperadamente. Haciéndome tuya.
Después, la historia, claro. Las esperanzas moribundas. Un tiempo que se caía de espaldas para partirsela. Y una tristeza creciente e imparable. Calles pequeñas y arboladas vueltas en bosques oscuros, a merced de las lechuzas, las incertidumbres, el espanto. Tenía que huir de ahí, y así lo hice. El horror de quien esta perdido. Buscando ilusiones en la cola de un cometa soltando el hilo al barrilete. Verlos irse. Tan lejos.
Corrías hasta mi, selectivo recuerdo donde te pongo despacio, para no romperte. Me escondo tras un árbol haciéndome la distraída. Y ahí estas, brillante. Eterno. Corres a mi y a veces estás triste. Me abrazas llorando y me dejas oir ¿Por qué? ¿Por qué? Y yo cierro los ojos y te abrazo más fuerte y te digo no sé, no sé porque a veces las cosas simplemente no funcionan. No sé porque las decisiones me salían equivocadas, si nunca quise lastimarte, si no quería lastimarme. Te vas despacio, esperando que yo pueda ver bien tu tristeza doblando la esquina, mirándome con desprecio.
Y otras veces solamente corres y me besas con la pasión de Hollywood, con el amor en la boca, las pocas palabras que se escapan son obscenas y preciosas. Nos llevamos de la mano bajo una primavera que llueve a jacarandá y nos llenamos de helado. Me acaricias la cara, te gusta hacerlo. Me oís ronronear en sueños, un despertador me llama. Reflejamente llegan a mi un cepillo de dientes y un espejo donde descubro esa sensación de no haberte despedido. Está lloviendo y pobre vos sentado en la heladería hasta que vuelva a soñarte, despierta o dormida. Hasta que vuelva a invocar tu fantasma a mi lado.
Y seguir sobreviviendo al camino del desencuentro

domingo, 14 de octubre de 2012

Caín y Abel






"Cuando la hipocresía comienza a ser de muy mala calidad,
 es hora de comenzar a decir la verdad."
Bertolt Brecht



Te abrazabas a mí, en todas las tormentas. Con los ojos cerrados contábamos el tiempo distante entre el relámpago y el trueno para sospechar la cercanía del rayo. Aterrados, los sentíamos rozar los vastos campos    que rodeaban al barrio. La tormenta era un estigma infantil que se concretaba en un papá borracho hasta la médula gritándote todo el día que eras un inútil, un inservible, un bueno para nada. Traté de protegerte, como de todas las tormentas. Pero no pude, no alcancé a rescatarte de la hipnosis, de esta ceguera que te resultó convincente. Para la cual construiste una vida que le quedara justita. Llena de justificaciones improvisadas y la total ausencia de sorpresa de que el inútil haga las cosas mal, se borré por cobarde, o genuflexo. Lo mismo da, es el idiota del que nada debía esperarse. Sus buenas intenciones siempre fueron a derramar el vino sobre el mantel nuevo.
Y claro que te convenció.
Era tan difícil que no fuera así. Que abrieras los ojos para ver que una sola persona te había dado su mano incondicionalmente. Defendiéndote con sus puñitos torpes pero certeros. Empujándote a crecer, aunque le doliera verte con alas temblorosas remontar un vuelo indeciso. Orgullosa de tus logros magnificados en sus ojos miopes, felices. No podías creer que alguien te quisiera tanto.
Qué podrías devolverle ahora que ya no te llora, ni te extraña, ni nos pone a elegir la mejor ofrenda ante sus ojos. Con que mano podrías secar sus lágrimas desahuciadas, su gesto triste que comenzaba a resignarse. De alguna forma supo que iba a morirse sin volver a verte. Que Caín iba a cambiarle los pañales, a cuidar de entibiar el té, a tomarle la temperatura y a limpiar su vómito.
De que podría servirme, Abel, continuar con la tragedia y matarte. Tal vez ya estés muerto y te estés distrayendo con chiches nuevos hasta que un día el hedor te provoque náuseas que no te explicaras, que te llevarán a un médico y a otro, a otra juguetería, al fondo de los vasos y los ceniceros preguntándote que huele tan mal. Incapaz pero solo de ver que es tu alma podrida. Podrida, ciega, sorda, muerta.
Pobrecito, Abel.
Se te acabaron las caricias.
Pobrecito, Abel.
Me obligaste con tu abandono a ganarme el cielo.
Y ahora es mío.

lunes, 8 de octubre de 2012

Dale, Dios


"...Que olviden, que olviden: yo no olvido; 
que perdonen, que perdonen: 
yo no puedo perdonar la muerte agria de mis días"
(Pedro Casariego)



Dale, Dios, decime que es joda. Hubo un error, fijate bien. El tiempo pasa y ya no llama. No reclama. No me cuenta boludeces.
Dale, Dios. Si eras en lo único que creía. Hasta le hablabas al oído andá a saber que presagios, que místicas revelaciones. Vos la viste confiada, segura. Inmensa como siempre. Ocupando todos los espacios, hasta los que no le eran dados. Todos eran de ella, porque ella era así. Hurgaba en los cajones de la memoria,  a su favor, por supuesto. Y sacaba de la galera tu nombre siempre acompañando un poco de paz en su vida de mierda. En su corta vida de mierda.
Dale, Dios. Dónde carajo estabas? Si se cansó de llamarte aunque el teléfono no le andaba. Y te llamó hasta con las frazadas, en señales de humo desesperantes cuando la vida se le volvía hilo, un barrilete a la espera de la tormenta, una nada misma. Y te llamó con los ojitos cerrados aunque estaban abiertos, porque sus ojos eran chiquitos. Porque despacito repetía "Dale, Dios" Dale, Dios, que momento de mierda elegiste para demostrarle que no estabas. Que sos sordo, ciego y mudo lo que es lo mismo que ser un hijo de puta, un perverso de mierda.
O teníamos razón. Y en verdad, no existías. Y es tan triste por ella que te queda chico el llanto.
Tiene que ser mentira, Dios. Dale.
Despertame despacio, con un mate caliente, hirviendo y con demasiada azúcar para decirme que te llamó tu amiga porque se peleó con el novio otra vez pero lo vió a Juan Carlos y preguntó por vos.
Seguro que te extraña

domingo, 7 de octubre de 2012

El Indiecito y su osa




Al Indiecito

"Tú sigues siendo
el misterio de las apariciones que nunca aparecen"

(Pedro Casariego)


Verte reir derrite al alma más cruel. Y lo sabías.
No podía importarme mucho. Por mi edad, por una cuestión esencial en los hombres, una necesidad casi hormonal de salir a desparramar el mercado. Todas eran mias. Todas me gustaban. Todas las que me daban bola, aún mucho más. No importaba si eran más bellas, más inteligentes, más nada. No buscaba reemplazarte ni cubrir el espacio de tu ausencia. Mi hombría se media en kilómetros de vagina. Y estaba dispuesto a juntarlos.
Pero verte reir, me enamoraba. Al lado tuyo todo era simple y bello. Los problemas de mis viejos me chupaban un huevo. El colegio era una anécdota diaria. Tu sonrisa encofraba los secretos de todo mi universo. Junto a tu boca también llegaban tus besos. Y el cóctel era rico y refrescante.
Debajo de tus pestañas inmensas, despiadadas; nacía una mirada escrutadora. Sabías que te era infiel. Lo sabías y te dolía. ¡Cuántas veces habrás fingido creerme un partido de fútbol, una cena con amigos! Tus enormes ojos se abrían aún más para reprochármelo silenciosamente.
Y yo también aprendí a callar.
Con el silencio los besos fueron secándose, de a poco, como sin importancia.
Tu mano pequeña perdida en mi pecho, de pronto buscaba la mesa de luz, la llave del velador, un cigarrillo, la distancia.
Yo te amé. Lo sé.
Lo supe mientras te ibas. A otra ciudad, dónde te reencontrarías con el mar, con tus silencios, con esas babas de algas que te colgaban del alma. A vos, que me querías. Por mi, que te engañaba.
Supe que la estupidez es ilimitada cuando te reclamé tu abandono, te informé de tu condición de perra, de mujer miserable que era capaz de romper un corazón.
Y sonreíste.
Con ojitos de osa.
De osa triste.
Un momento incompleto, pequeño, alguna lágrima que ya no pude contener.
- Me quisiste?
Claro que no. Claro que no te iba a responder.

sábado, 6 de octubre de 2012

La mar estaba serena

Mi primo Juan estaba cerrando el bolso. Transpirado y lleno de acné, me miró por encima del cierre, haciendo fuerza, empujando para que terminara de cerrar.
- Sos un cagón.
- Déjame de joder, no soy un cagón.
Suspiró agotado terminando de cerrar la cremallera del bendito bolso.
- No te vas a animar. Como el año pasado y el otro. Y el otro también.
- De qué me hablás, nene? Quién te pensas que soy?
- Un pelotudo de 17 años. Y un cagón
Iba a darle una trompada cuando mamá abrió la puerta para apurarnos.
El viaje iba a ser largo y tedioso. O tal vez, breve pero eterno por la incomodidad. Papá conocía el camino a la perfección. 15 años veraneando en la misma playa. El Renault 12 llegaba solo a San Clemente. El olor a mar lo llamaba. Y papá solo dejaba que el auto fuera yendo a su destino. Dándonos la impresión de ser él quién manejaba. Con movimientos suaves, se estacionó frente a la casa. Juan dormía. Enojado con su camisa nueva manchada con Coca Cola y los pies hechos un bollo debajo del asiento de mamá. Yo no dormí, claro que no. No soy un cagón pero Juan me empujaba a llamar a mi hombría, a demostrárselo todo el tiempo. O mejor dicho, de las formas más humillantes que se ocurrieran. Pero esta vez era distinto. Los dos sabíamos que era así. Una travesura es solo una travesura o es una venganza. Cuál era el delicado límite entre ellas? Es cierto, el viejo nos tenía podridos porque era un hijo de puta. Olía mal, a un cigarrillo pestilente y a unos dientes que no conocieron épocas mejores. Pedante en su actitud hosca. Ajeno a sus clientes, a la emoción de esos novios o padres o niños pero casi siempre hombres que buscaban con acertar la puntería en un blanco reforzar una tarde hermosa, corridos por el mar y el sol, con panzas rellenas de churros y los pies con arena. Un rifle y tres tiros. Un blanco pequeño a la distancia. Unos trofeos que denostaban autenticidad en la práctica se veían descoloridos y con nombres borrosos cuando no ya ilegibles. Incorroborrables. El rifle 3 y 4 tenían la puntería recontra desviada. Imposible. Con el 7  y el 9 era unos centímetros más en condiciones. Por lo tanto Juan y yo hicimos unos cálculos matemáticos relacionando la distancia de la mira con respecto a la punta del rifle y la trayectoria de la bala para que la brisa del mar a las 6 de la tarde la besara y esta cayera en su destino. El puto blanco.
Nos costó años hacer todos los experimentos y cálculos necesarios para concluir que era casi imposible, pero la afrenta era impostergable. Así lo charlamos el año pasado, casi todo el viaje de ida a la costa. Era un dedo en el orto de nuestro hacernos hombres, esto de saber que los cobardes son despreciados. Y también los imbéciles, los pelotudos que no le pueden acertar a un blanco de mierda en 9 años. De ninguna manera. Así lo charlamos y el primer día nos apostamos estratégicamente para observar a los embaucados. El viejo era inmutable. En la punta del mostrador fumaba unos cigarritos apestosos, cobraba sus dos pesos y cargaba los rifles, prendía el blanco de una soga con un broche y lo llevaba hasta el fin del local, unos 10 metros. Todos erraron. Nos quedamos sin dormir aunque fuimos un rato a la playa. Fumamos un cigarrillo a escondidas mientras sacábamos cálculos y especulaciones. Diseñamos las medidas del local y corregimos detalles de distancias con respecto a la posición de los pies y el mostrador.
Los 15 días de vacaciones fuimos fielmente a intentarlo.
Erramos todas.

De regreso sentía en la ropa el olor al cigarrillo del viejo de mierda y me daba asco. Lo miré a Juan abatido y me asustó un poco su cara hinchada de rabia.
- El año que viene lo matamos
- A quién
- Al viejo
- Qué? Vos estás loco?
- No seas pelotudo y habla en vos baja
- Qué estas diciendo? Nosotros no podemos hacer eso. No somos asesinos
- Sos un cagón
- No soy un cagón. No soy un asesino
- Sos un cagón. Lo mato yo. Agarras las mismas cuentitas que te rompiste el culito para hacer y en vez de devolvérselas al culo, que es donde te las ibas a meter, las cambias un poquito, estiramos el compás, le saco la distancia al rifle y pum!! A la mierda tu viejo, tan piola.
Me dio vuelta la cara y no volvió a hablarme en todo el viaje. Yo estaba muy asustado. Estaba hablando enserio. Estaba hablando en serio...

El año fue aburrido, como casi todos. Alicia me besó, eso estuvo bueno. Seguro vamos a ponernos de novios cuando terminen  las vacaciones. Ella se iba a Miramar. Quedamos en intentar cruzarnos por Mar del Plata, pero estaba difícil. El colectivo era muy caro y llevábamos poca guita. Tenía que convencer a mi viejo de viajar solo y no estaba seguro de que me dejara. Juan podía acompañarme, pero la verdad era que me gustaba estar solo con ella. Esos besos me dieron sensaciones extrañas, que me encantaron. Sin saber si iba a poder verla, estaba un poco triste o distraído  pensando en su cara. Era hermosa, su nariz parecía dibujada por un artista, unos ojos enormes que se encendían al verme. Era hermosa. Alicia
- Pelotudo, se te está armando la carpa antes de llegar a la arena. Jajajajajajajaja!!
- Shhhhhhhh, callate. Jajajajajajaja!!
- Estas echo un pajero
- No, boludo, estoy enamorado
- Jajajajajajaja! Enserio? Lo felicito, señor pelotudo de quién entonces?
- De Alicia
- La petisa? Mirá vos! Lindo culo, te digo con todo respeto
- Sí, lindo culo
- Che, hablando de culos, ahora debes estar más cagón que nunca, no?
- Qué decís? Dejame de joder con boludeces
- Cuando le de el corchazo al viejo vas a ver que eran boludeces. Todo lo que hiciste en tu vida eran boludeces. Yo voy a ser un hombre y vos vas a seguir haciendo boludeces. Voy a coger como un hombre y vos vas a juguetear con tu pitito haciendo boludeces, noviecito del año

Bajamos del auto y mamá estaba contenta, se puso bronceador y nos insistió en ir a almorzar al mar. Así, recién llegados de tanta ruta y polvo, que el mar nos refrescara. Estuvimos de acuerdo y armamos unas viandas y la carpa. Llegando a la playa, vimos que estaba abierto el local.
- Vayan yendo que los alcanzo, dijo Juan
- Yo voy después también, má.
Mi vieja asintió con la cabeza y los vimos irse riendo hacia los médanos.
Juan caminaba callado y decidido. Quise decir algo que lo convenciera.
- Juan
- Cállate. No hablo con cagones
Entró decidido al local que estaba vacío. El viejo prendía un cigarrillo. Estaba más viejo. El invierno había sido duro. Y el local estaba vacío. Nos miró con un dejo de simpatía. Deberia reconocernos o supondría que enfermizamente intentaríamos todo el verano acertar al blanco y le salvaríamos el local.
Juan se acomodó con los dos pesos en la mano mirándolo fijo. No hablaba. El viejo ni se movió. Me acerque y le saque los dos pesos a Juan de la mano y se los di al viejo. Juan me miró enfurecido y agarré el rifle 7.
- Yo Soy Un Hombre
Apunté con un poco de temblor. Debía simular que apuntaba al blanco más a mi derecha, pero dejar que la mira apuntase un poco más a la mitad del cuadro. Un giro de talón de 10°. Simple
Disparé
Abrí los ojos despacio y pude ver aún el humo. Juan estaba pálido, junto a mi. El viejo yacía junto al mostrador con la cara desencajada. Las manos apretadas al pecho. Un violáceo profundo tomaba su boca entreabierta. Los ojos desorbitados se apagaban rápidamente. Un cigarrillo a medio terminar se le había caído cerca de las cejas.
Corrimos desesperadamente a la calle. A mitad de cuadra las lágrimas no me dejaron seguir corriendo. Paré y empecé a pedir ayuda a los gritos. Llorando. Juan me escuchó y frenó también. Lloraba inconsolablemente. Grité y pedí ayuda. Como pude les dije que el viejo estaba muerto. Corrieron al local y llamaron a una ambulancia. El viejo estaba muerto, un infarto. Nos abrazamos como hermanos, Juan temblaba como un loco.
- Viejo de mierda, Juancito. Tenía que morirse solo. Tenía que morirse solo.
En la pared, detrás del viejo, detrás de su figura erguida, un balín de plomo nos miró con picardía
Despacio fuimos apartándonos hacia la playa.
No muy lejos, la carpa de papá se reconocía.
Corrimos un poco menos tristes.
Mamá me abrazó y me dejé abrazar. Debió parecerle raro porque me abrazó con más fuerza. Sentí el llanto nuevamente.
- Comete un sanguchito de miga, mi amor. Te habrás insolado un poco. Hay que tomar mucha agua en verano
- Si, má. Sí, má.

viernes, 28 de septiembre de 2012

Y el amor...

Estoy segura que nos conocemos de antes.
No se de dónde, ni de que tiempo.
Es tan relativo el tiempo cuando se trata de ellos.
Escapan a los minutos físicos y los estiran de las patas, como ranas a las que hay que diseccionar.
Abstraer de ellas lo más entrañable y profundo.
Y los meses son años donde transcurren las gripes, los velorios, la menstruación, alguna tormenta y una buena película, un poco de mocos, caramelos, calesitas. También silencios.
Nos conocemos hace muchísimos años. Estoy segura. Ellos saben cómo tratar cada nana de mi persona. Tienen las respuestas exactas, las esperadas, las inesperadas. Las tardes se parecen a las  tardes que soñé, que viví con ellos en algún momento, en algún retazo.
Nos conocemos. Lo sabemos. No nos incomoda. Aprendimos a reírnos si recojo la pelota en el lugar donde Julio va a tirarla en el momento preciso en que Frida estornuda. Y lo sabemos.
Dormida puedo despertar a Julio de sus pesadillas. Lo despierto y lo abrazo (dormida) y él se consuela y descansamos (de nuevo).
Amarnos es natural e inevitable.
Y bello.
Fundamentalmente bello.

martes, 18 de septiembre de 2012

I see crazy people

"...esos hombres sobre los cuales, reconózcanlo,
solo tienen la superioridad que da la fuerza"
(Antonin Artaud)



Así es.
Y Ellos lo saben.
Saben que nos pertenecemos de alguna extraña forma .
Saben que los veo con claridad. Sus pupilas los delatan.
Un aura colorida y somnolienta los deja al descubierto ante mis ojos
.
Ellos, también me ven.
Me buscan en la calle. En las paradas de colectivos. En las guardias de los hospitales. En una multitud de extraños, Ellos, los locos, saben encontrarme. Se sientan a mi lado con cajas de bombones a contarme ese extraño ruido que hace el motor de sus cabezas que, sin embargo, nadie excepto Ellos escucha. Me invitan a saltar la soga en plena Avenida. Provocan tempestades de cariño, inexplicables. Inconsolables.
Saben que los protejo, que soy su ángel guardián. Me reclaman y ya no les huyo.
Acaricio sus cabezas repletas de ternura. Les gruño jeroglíficos para que respeten mis horas de no-ángel. De pueril obrera. Los oigo caminar hacia mis espacios, avanzando en hordas tristísimas. Sojuzgados por una realidad incompresiva que los expulsa, los encierra, los medica. Aunque estas dos últimas afirmaciones sean una sola, tal vez. Y queden para siempre encerrados en la medicina. Buscando pájaros entre los barrotes de una ventana. O un árbol.
Ellos siempre supieron de mi, en cambio yo tardé en reconocerme. Para mí era natural abrazar a un extraño para calmar su llanto, acariciar sus caras y discutir con las autoridades presentes el derecho pleno de llorar en la calle. De mostrar las entrañas al universo cuando no se pueden esconder mas. ¿Por qué habría de ser de otra forma? ¿Qué le pasa a los adultos serios y responsables cuando eligen espetar un dedo índice inquisidor sobre un chiquito perdido en el cuerpo de un señor grande?
Porque Ellos son chiquitos, perdidos, maltratados, dentro de un cuerpo enorme. En una realidad más grande aún. Que los engulle. Que los asusta.

Ellos
Los que se pierden en los bosques encantados del Montes de Oca. Los desalojados del Borda. Los amigos del Alvear.
Ahí dónde un muchachito escuchaba música y se acercó a pedirme un cigarrillo como excusa para susurrarme al oído "No te olvides que este es el único lugar donde el cliente nunca tiene la razón"
Y sonrió.
Una sonrisa de arco iris. Cerrando sus ojos para imaginar otro día de sol. Lejos de tantas rejas. En una calle ancha avanzando las hordas de locos. Pintando a chorros de colores todo lo que se interponga a su paso. Levantando a carcajadas los peones caídos de este ajedrez patético. Empujando los límites de la belleza.
Desafinando roncos "I Will Survive"
Oh, yeah, my darling.
I Know...
I Will Survive

domingo, 9 de septiembre de 2012

La emoción de fingir

No se puede comparar lo que me hizo. No puede abandonarme así, como si nada. Él sabía que yo no iba a decirle la verdad aunque me pusiera carbón bajo las uñas. No iba a lastimarlo diciéndole la verdad. Esos que dicen que la verdad es absoluta, a mi no me parece. La verdad fáctica se desdibuja en las aristas que puede tener cada realidad individual. Así para mi, mis verdades estaban condicionadas a mi realidad. Y la realidad de él era terrible como para llenarla de malas noticias o datos que no iba a interpretar profundamente. Si, si, claro que es cierto que yo me acostaba con Juan. Pero no hubiese entendido en ese momento las verdaderas razones de porque yo me acostaba con Juan. Porque Juan me mimaba, o me compraba un chocolate, me llenaba de besos, cosas tan elementales como intrascendentes porque lo importante es la familia, claro, pero a nadie le importó si a mi me hacia falta un beso, una caricia, una sonrisa. Entonces le fueron con no se que chisme y naturalmente se armo la podrida. En cuanto le vi los ojos creí que iba a pegarme o a matarme, y supe que no iba a poder manejar la verdad. Si le subía la presión, nadie me iba a ayudar a levantarlo y llevarlo hasta un hospital. Furioso y acalorado gritaba palabras inconexas que rebotaban en mis oídos, en las paredes, en cada sentido del cuerpo. Buscó a tientas el machete bajo mi mirada incrédula. No, mi amor, no me acosté con Juan. Te mintieron. Una lágrima le temblaba en los ojos, trémula, indecisa. Si hablaran los ojos. Si hablaran.
Se decidió a dejarla caer, sintiendo como rodaba y se desprendía de su cara para estrellarse contra el borde de la zapatilla.
Levantó la vista para dejarme ver tanta tristeza. Y luego la nada, su cuerpo desplomado, una ambulancia que no llegaría nunca, grité su nombre, sacudí su cuerpo esperando una respuesta, poder decirle que siempre lo había amado, que no me dejara sola. Que por favor, no me dejara tan sola...

sábado, 1 de septiembre de 2012

Y sin embargo se mueve...

La naturaleza muchas veces se niega a darnos cosas simples, ese tipo de cosas que vienen con el paquete de viaje. Dos ojos, dos manos, un aparato reproductor efectivo. Pero no, no todos podemos ser padres. Aún cuando el amor nos empuja hasta límites inexplorados de ternura, de pasión, de rigurosa medición de la temperatura vaginal, ejercicio yoguistico, eyaculaciones envidiables. Y todo con el único fin de hacerla feliz, pero los años arrastran esperanzas vanas, guita tirada en test de embarazo y una virilidad que comienza a corromperse, a roer los bordes de las mantas, sembrando menstruaciones lacrimógenas, inconsolables.
Así  llegamos hasta la clínica que nos recomendaron, cansados y aburridos de cojernos para procrearnos. Ella habló primero, lloro, explicó a media voz circunstancias que el médico habría oído un centenar de veces.  Sus palabras fueron alentadoras, el 80% de los casos era debido a condicionamientos psicológicos. Sin sospechar que formábamos parte del otro 20%, comenzaría para mi una sucesión de interminables espermogramas de los cuales uno de ellos se ha ganado el relato.

Los espermatozoides pueden vivir 48 hs entre los ácidos del útero a la espera del ovulo, pero fuera de él sobreviven solo una hora. Esto me obligaba a realizar la muestra en las instalaciones de la clínica. Aprendí a masturbarme mecánicamente, sin fantasías, sin incentivos externos. Como el acto de pestañear, la mano se movía ritmicamente sobre el sexo, con un compás rutinario, casi inconexo con el placer. Una paja dialéctica y horrible.
Nos vamos acercando al panorama, y podemos adentrarnos si la secretaria nos informa que el baño privado se encuentra clausurado. Mil disculpas, pero hoy solo cuenta con el sanitario del servicio, el que comparten enfermeras y profesionales. Por aquí, por favor. Le dejo la llave. Muchas gracias.
Prendí la luz y cerré la puerta con la espalda apretando los ojos, harto, triste, humillado. No bastaba con que todos supieran que iba a masturbarme sino que podía oírlos, escuchar sus inescrupulosos comentarios, una carcajada ahogada de una mujer joven, pasos ligeros rozando el picaporte. Abrir los ojos fue casi un error, frente a mi un inodoro, a solo tres pasos. Un lavamos pegado al codo y he aquí el baño mas comprimido del universo.
Gire sobre mis pies y lo intente sentado, pero no pude. La mano ordenaba y la pija respondía. Pero nada "Eppur si muove" pensé, observando la escena como de lejos, con los ojos de un Galileo que se niega a ser derrotado. La boca del frasco estéril aguardando expectante. Casi. Me paré contra el lavamos, apoyándome en él. Un poco mas. La puerta se abrió tímidamente. Intente taparme, pero sus ojos negros inmensos ya estaban ahí. Las piernas se aflojaron y sentí el calor, una corriente en la médula, sus ojos negros clavados en los míos sin movimiento, el tiempo detenido en su mirada.
Avanzo sin quitarme la vista, mojándose los labios.
Con esto es suficiente, dijo, mientras me quitaba el frasco para cerrarlo.