Todas las sobremesas se parecían: Televisión de fondo, papá y mamá charlaban sobre el dolar, el costo de vida, la sucesión, la terrible e inexorable venta de mi casa.
¡Mi casa! ¡Cuánto odiaba mi casa! El olor a musgo del pasillo, sus pisos negros, las persianas rotas y caídas, el correr nocturno de las ratas por las cornisas, la soledad infinita de un departamento viejo sobre una avenida.
Sin dudas, lo más difícil de sobrellevar era la soledad, ese sentimiento que debe uno ir descubriendo en la vida me era tristemente natural en esa infancia de bocinazos y frenadas. No se jugaba en la calle. No se jugaba en la vereda. No se jugaba en la casa de extraños. No se desacomodaban los juguetes de la pieza. No se jugaba en la plaza que no tenía juegos. No se jugaba en el balcón, porque era peligroso. No se jugaba en el patio, por no romper las flores. No se jugaba.
Papá firmó muchísimos papeles. El hombrecito flaco y bigotudo estiró el brazo hacia atrás buscando una tablita. El costo de vida, pensé. "Es tanto", dijo y sonrió de una forma que no entendí. Papá abrió grande la boca y quedo callado un instante. Sutilmente miró hacia mi y guiño un ojo. "No podríamos dejarlo en un puntito menos? como el costo de vida del mes pasado, digamos. Hoy es 2 de noviembre. Podríamos hacerlo así... verá... yo necesito ese dinero para comprar otra propiedad... usted sabe... mi familia y yo..." "No" respondió tajante el bigotudo. Papá había perdido. Por primera vez había perdido. Podía ver la derrota en todo su rostro. "Tienen tiempo hasta el 15 para dejar la casa. Si quiere le puedo mostrar alguna por esa misma suma. La señora prefiere alguna zona en particular?" Pícaro! A mamá le brillaban los ojitos "Y... no quiero irme del centro" Papá la fulminó sin querer. Endulzando un poco la voz, más por cortesía que por arrepentimiento le explicó al bigotudo que, en verdad, el dinero se iba a repartir entre tres ya que la casa era de su madre "y, pobre viejita, ella no quiere un mango; pero somos tres hermanos"
El bigotudo lo miró con un poco de ternura "Señor, usted sabe que por ese monto no va a encontrar casas por la zona" Lo sé. Vamos. Buenas tardes.
El viernes 25 papá encargó el camión de mudanzas.Todo estaba embalado. Mamá estaba de muy mal humor y lo perseguía para pedirle que le jurara que pronto se volverían a mudar. ¡Calle de tierra! ¡Dios mio! Lloraba y a los gritos nos señalaba a mi y a mi hermano de una forma casi histérica. "Los ves? Eso querés para tus hijos? Que se crien en un barrio de tierra!!!!! En una escuela pública!! Dios mio!! Dios mio!!" Con mi hermano corrimos a consolarla y ella nos abrazaba como salvandonos del infierno.
Salí a despedirme de la casa ¿Uno entiende la noción de despedida a los 7 años? Se que salí a despedirme de mi casa. Una sensación superior a mi me empujaba a guardarla en el tacto, en el olfato, en su hedor húmedo. En los ojitos que recorrian espacio por espacio y se que aun hoy podrían dibujarla con la exactitud de una boa abierta o cerrada.
Una lenta reconciliación fue colmándome. Mientras la realidad seguía a los gritos con mamá en el comedor, otra mamá se sentaba a tomar mates junto a las plantas, riendo, cantando a Sandro. Papá comía sandwichitos de jamón crudo y queso tomando una cerveza en el balcón. Mi hermano y yo jugamos a saltar peldaños en la escalera. Mi abuela sonrie desde la puerta mientras mi primo Daniel toca Baglietto en la guitarra y un barco se incendia en el puerto de Bs As. Mi tia Moni me enseña a picar perejil y me regala el album del Topo Yiyo. Carlitos me lleva a upa por todos los kioscos y yo sintiendo en la panza que eso era raro mientras se llevaban las cosas de la tia Fatty que había ido a parar abajo de un camión ese verano en Pergamino. Y Amalia. Y los cuadros de Alfonso. Las latas de galletitas del almacén de Don Alfredo, donde yo elegía las Panchitas enteras, o le comia el relleno de las merengadas y escondías las tapitas. Pobre Don Alfredo cuando haya barrido debajo de su heladera. Años de tapitas, de querer solo lo más rico, sin negociaciones absurdas.
Sentada en la escalera me sentí una idiota. Me di cuenta que nada iba a volver a pasarme allí. Me estaba mudando. No lloré. Algo enternecia la tarde detras del moho y los exhabruptos maternales
Dos vueltas de llave. Mamá ya no le dirigía la palabra. Cansado, mi viejo volvió la vista hacia aquel lugar que lo había visto crecer, hacerse hombre, beber mujeres a mansalva con ginebra, casarse, ser padre, odiarse.
"Digan chau a la casita"
"Me la llevo conmigo", le dije
Y así fue
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