Furiosa. Sin ninguna razón o con todas. Enojada. Plagada de berrinches como una nena. Y esa es la bronca. Encontrar ese resabio infantil cuando queres pensar en frio. Verlo y no poder impedir que crezca. Que sea enojo todo lo que ocurre en el mundo porque a la nena las cosas no le son dadas. Qué clase de princesita te creíste, contame. Por qué los portazos no te iban a pegar en los dedos o en la cara. Siete personas te llevaron por delanteentre Libertad y 9 de Julio. Siete. Los contaste porque todo el tiempo te repetías que al próximo le encajabas una trompada. ¿No me ven?, pensaste con odio. No, no te ven. Como un huracán cruzaste la avenida hasta que la nena descalza te chistó por lo bajo y vos, mecánicamente, sacaste una moneda. "No, señora" te dijo la pibita y te dejó mal parada. Te ofreció una flor. Una flor chiquita y amarilla de las que crecen en el pasto. Las que no tienen nombre o si lo tienen (seguro lo tienen) a nadie le importa. Conmovida te acercaste a darle un beso en su carita sucia. Princesita descalza, cenicienta de Buenos Aires, pichoncito sin alas. La nena se fue apurada. Pobrecita con sus pies con frio. Corriste el colectivo cuando iluminada por un instante metiste la mano en el bolsillo y sí, los últimos veinte mangos que llevabas encima ya no estaban. No te podes enojar con la nena, no tiene el menor sentido hacerlo. Ahora la duda y la flor te acompañan todo el viaje. ¿En qué pase magistral Maradona te pungueaba? ¿Con qué sutileza de mago te hacían pagar la flor sin nombre más cara del condado?
Ahí tenés tu berretín de nena tonta. Ahí tenés tu furia hecha un dibujito.
Te acomodaste en el bondi que, Oh fortuna!, tenía un asiento vacío pero en Córdoba nomás subió una señora con un bebito tapado hasta la cabeza y, claro, le cedes el asiento con ese dolor de espalda y una sonrisa amable y la señora se sienta. Solo entonces podes ver que lo que lleva no es un bebé sino un gatito. Un gatito. La puta madre que lo parió.
Llegás a tu casa, tarde. Dos horas viajando parada. La medialuna colgada del cielo como una lágrima del universo te mira socarrona. Buscás el vaso más lindo para acomodar la florcita maltrecha.
En la esquina del mueble que puede ser mesa de luz o biblioteca según las circunstancias, la acomodás despacio. Bien a la vista de todas tus noches y todas tus mañanas, que la ilumine el sol o la luna según corresponda. Que nunca se marchite. Que no te permita olvidar un solo día que vos, tan convencida de ser piola,no sos más que una aprendiz de gila hasta para las cenicientas que te corren con una mirada.
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