El pibe trepó al montón de cuerpos que se empujaban por entrar en el 100. Encarando al chofer, con su ropita sucia y despeinado, vió como la señora se agarraba fuerte del bolso pero no se sintió incomodado.
La magia, que le dicen. El pibito estiró las alas de su potente voz completa de zamba. El silencio imposible de la ciudad a la salida del trabajo. Y él, todo zamba y potencia. Sonrisa y humor.
Al evidente albañil le extendió la mano para saludarlo con un lacónico "Buenas tardes, ingeniero".
La señora aflojó el cansado bolso para saludarlo cuando sonrió llamandola "princesa".
Los poquitos pesos que un laburante puede llevar en el bolsillo, se los ganó sin discución.
El día ya había muerto cuando llegamos a Retiro. Pero la luna, recién venida, era un abrazo simpático y sanador.
La vida, es una maravilla
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