martes, 27 de septiembre de 2016

Malvina y el sol

Malvina está quietita en la vereda del sol. Una decena de hechos fortuitos me llevaron a pasar por la esquina de Yrigoyen y Combate de los Pozos veinte minutos más tarde de lo acostumbrado.
Malvina me dice algo, aunque no nos conocemos. Ambas estamos esperando que corte el semáforo.
No la escucho. Un poco por sorda, otro poco porque voy con los auriculares escuchando un tango.
Por hábito, por costumbre, cuelgo a Malvina de mi brazo y me la llevo por la senda peatonal hasta la otra vereda.
Descuelgo los auriculares para escucharla cuando me de las gracias y es entonces cuando Malvina (que me dira su nombre dos minutos más tarde) me dice que ella no quería cruzar la calle, que solo estaba tomando sol.
Como casi siempre que algo me sale mal, lo primero que hago es reirme de ello, la confusión del semáforo, la senda peatonal y la señora también me provocan una carcajada.
Malvina ríe conmigo, me dice su nombre y es ahí cuando noto que tiene una dificultad concreta para las palabras. Intento entender lo que me dice, pero es realmente complicado y algo se me debe notar en la cara.
- Soy nincora, repite varias veces.
- Claro, claro, respondo en mi condición de sorda, sos una señora preciosa.
- No, no, nincora...
Malvina, que ya a esta altura es como una vecina de toda la vida, saca de su bolso una hoja oficio gigante, fotocopia, donde puedo leer un largo mail firmado por el Dr. Fusillo, cuyo sello dice Neurólogo.
- ACV, dice Malvina con claridad mientras se señala la lengua.
Sigo leyendo. El texto es para felicitarla por sus trabajos como pintora.
- ¡Pintora!, grito como si hubiese descubierto la pólvora.
Malvina sonríe, me ofrece el papel con un gesto de la mano, indicándome que me lo guarde. Se lo agradezco, la felicito por su carrera y me dispongo a continuar la mía, la carrera contra esta mentira que es el tiempo, los veinte minutos de retraso, la costumbre de llegar a horario aprehendida de las peores maneras. “De buenas intenciones está empedrado el camino al infierno” me decía mi viejo. Así de cierto, tanto que me obligo a regresar a la esquina de Yrigoyen. Malvina me mira con ojitos desconcertados. Le ofrezco mi brazo y mi sonrisa. Cruzamos, pero esta vez hacia su vereda con sol. Malvina se ríe, entonces saco el papel que me dio, una lapicera, y le pido un autógrafo.
Con una mayúscula cursiva y escolar, Malvina escribe “Dios te bendiga, linda y buena chica despistada”. Su mano de piel fría y suavecita, atravesada por todas sus vidas, acaricia mi cara, me besa la frente, vuelve a bendecirme en las palabras que comprendo y no.
Me voy derecho por Yrigoyen, el mismo camino, la misma tarde. Otra vez logre hacerle una burla al tiempo, otra buena intención ha logrado esquivar su derecho al infierno.

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