sábado, 2 de marzo de 2013

Daniel y el silencio

Me puse la pollera de estrellitas de colores, preciosa. Y las zapatillas naranjitas que estaban descocidas en la punta, porque las negras mamá me obligaba a quitarmelas cuando volvía del colegio. "Se te van a romper y te tienen que durar todo el año" repetía mi vieja incansable en cuánto me veía que encaraba para las negritas si salía a jugar con Pablo sobre todo. Pero la miope veía a la perfección si la nena se rajaba con las zapatillas   del colegio o el jogging nuevo, entonces lo más sano para mis mejillas era volver sobre mi y cambiarme con la misma ropa de siempre. Y bancarme la gastada.
A veces, me dejaba ponerme la pollera entonces me sentía un poco más linda que con ese jogging  azul con pitucones marrones cosidos en hilo amarillo. Me solté el pelo y me sonreí una y otra vez en el espejo. Un poco de flequillo que probe derecha, izquierda y centro. Mejor hacia la derecha. Sentí frio y encontré el pullover que me había tejido mi tia hacía unos años. Un rosa nena chicle, bastante bonito. Me quedaba un poco chico, pero me veía bonita. Entonces salí a jugar y primero la llamé a Marisa, pero estaba comiendo me dijo la mamá. Crucé a la casa de Laura, pero la mamá salió muy enojada y me habló de una carta, de no se qué compañerito del colegio y que Laura estaba en penitencia por una semana. Me sentí un poco decepcionada, porque si Laura y Marisa no venían yo no me iba a animar a llamar sola a Pablo para que viniera a jugar. Mi último intento era Verónica, pero se habían ido a la casa de una tia o algo asi.
Me volví triste y me senté en el pasto al costado de la zanja, haciendo puchero.
-¿Qué te pasa? ¿Estás aburrida?
Daniel me levantó la cara y me pasó un dedo con grasa para limpiar la lagrimita que ya caía.
- No hay nadie para jugar...
- Vení. Ayudame con el auto.
Me levanté contenta. Me gustaba ayudar a Dany con el auto, él siempre venía con la mujer y el nene chiquito  a tomar mates con mi mamá que les alquilaba el garaje. Ahora hacía semanas que se había roto el auto y los fines de semana Dany lo iba reparando. Debía ser algo del motor, yo solamente tenía que apretar el acelerador o el embrague según él me lo pidiera. Me entretenía un rato, después ya me aburría y me bajaba del auto para ir a jugar a la payana o a la rayuela casi siempre.
Así que me subí al auto y primero el embrague, despues el acelerador a fondo, más despacio, un poco menos, de nuevo el embrague.
La puerta del conductor siempre se trababa un poco de adentro asi que como ya me había aburrido comencé a forzarla para tratar de abrirla cuando Dany entró por la otra puerta y se sentó a mi lado frotandose las manos por el frio.
Le sonreí y cuándo iba a pedirle que me ayude a bajar, sus dos manos se metieron debajo de mi pullover rosa chicle nena que me había tejido la tia.
Me paralicé. Sus manos pellizcaban mis pequeñisimos pechos, se acercó con fuerza y sentí el espanto de su aliento sobre mi cara. Las lágrimas se comenzaron a escapar solas, sin ningún esfuerzo. Todo lo contrario ocurrió con las palabras que se quedaban atascadas en la garganta entre gritos de espanto, de auxilio, pero sobre todo la palabra Mamá que era la única que quería gritar.
Mamá
Mamá
Mamá
Nada, no podía gritar, ni hablar, ni dejar que el hipo del llanto lo conmueva. De pronto, como ayudada por la más profunda fuerza, casi cayendose de mis lábios, otra voz en la mia imploró.
Por favor...

Dany sacó las manos y se acomodó la remera para que tapara la mancha de esperma. Inmóvil, con un pie en  el embrague y otro en el acelerador, tenía mucho miedo de bajar, de quedarme, de hablar, de mirarlo, de seguir respirando el mismo aire.
- Si le contás a tu mamá te va a poner en penitencia, cómo vas a venir con esa pollerita que se te ve toda la bombacha, nena? Mirá las tetitas preciosas que tenés, no podés andar asi. Entendés? Yo no te toqué la bombacha porque soy muy bueno, pero la próxima vez voy a tener que hacerlo, entendés? Te va a gustar, tenés que acostumbrarte. Pero tu mamá no te deja salir a jugar más si le contás, eso si te cree. Porque yo le voy a decir que es mentira, bonita. Ahora bajá. Y callate la boca. Ya sabés...
La puerta se abrió con el primer empujón.
No podía decir nada
Era mi culpa
La culpa que genera un estado de mudez que cree eterna.
Hasta que un día se anima y le escribe un cuento al hijo de re mil putas de Daniel.
De mi vecino Daniel.
El Oficial Daniel de la Policia Bonaerense.
Daniel que me robó la inocencia.
Daniel que se sentó esa Navidad a comer asado en mi casa y me regaló una muñeca.
Daniel que se eyaculó en los pantalones abusando a una nena de 11 años.
Enmudeciendola
Hasta hoy


2 comentarios:

taty dijo...

Muy crudo, muy triste. Tengo una hija y estas cosas me llegan al alma.

Abrazos.

María Negro dijo...

Gracias por el abrazo. Siempre ayuda el calor