Mirándote de espaldas me deslumbraba esa forma casi etérea de girar que tenías. Con los pies apenas apoyados en el piso estabas hermosa y no era justo seguir mintiéndote.
Encontré esmeradamente las palabras justas para no hacerte daño. Y aunque llorabas sin remedio no podía seguir mintiéndote mientras estabas tan hermosa.
Entre hipos y abrazos me pediste un último beso. Sinceramente, me sorprendiste. Uno espera una escena de espanto o un sopapo. Además la idea del “último” beso me resultaba terrible. Lo “último” y después la nada, media vuelta y a caminar más aliviado, menos comprometido con vos, más libre de nuevo y vos tan triste, tan destrozada, tan sola con tu último beso que aferrarías a tu boca como un aliciente que sólo es un castigo.
Te acercaste temblando. Te abracé y mi boca buscó la tuya como un camino conocido para cumplir tu deseo.
El dolor y la sangre se sintieron al mismo tiempo. La mordida feróz. El jarrón en mi cabeza.
- La renguera del perro, querido, si la hubieras visto mejor no estarías tan jodido.
No hay comentarios:
Publicar un comentario