Esos locos bajitos que se incorporan
con los ojos abiertos de par en par,
sin respeto al horario ni a las costumbres
y a los que, por su bien, hay que domesticar.
(Esos locos bajitos - Joan Manul Serrat)
Alguna vez iba a llegar el momento. Inevitable. Alguna vez Tiago y Eleonora iban a mostrarse sexualmente ante la vida. Con cuestionamientos y sin ellos. Una, como mamá, reconoce y acepta que estos pequeñísimos seres descubran su sexo y jueguen con él masturbándose sin pudor. Recuerdo que Tiago a la edad de su hermana estaba enloquecido con un osito que, para volver in disimulable su juego, tenía una suerte de cascabel dentro de la panza. Así que a la noche me sonreía escuchando el “clinqui clinqui” de un oso que merecía embarazarse porque mi hijito no le daba respiro. Eleonora fue mucho más “impúdica” husmeando debajo de su bombacha mientras miraba la película de los Simpsons. Ahí en el medio del comedor, dónde poco le importo mi presencia ni consideró (acertadamente) que podía llegar a ser reprimida. Por todo comentario de mi parte ambos escucharon lo mismo. Ellos eran los únicos que podían jugar con su sexo. Ellos y solo ellos. Nadie, ni siquiera un familiar de lo más directo podía jugar de esa manera con ellos. Su vagina o pene les pertenecían por completo. Y hasta ahí todos tranquilos. Hasta que un día llegó el día. Ayer mientras llegábamos al colegio, caminando solos, Tiago me preguntó que era “hacer el amor”. En los 10 segundos que tarde en contestarle puteé a toda la televisión que usa esos términos a cualquier hora y en cualquier programa (por ejemplo, en “Casi Ángeles”, una novelita para chicos a las 6 de la tarde se andaban matando románticamente arriba de un globo aerostático) y al padre de Tiago que no estaba para explicarle “semejante cosa” a este varoncito. Ay, madre! Suspiré hondísimo. Reflexione un minutito mientras seguía oyendo “Ma, te estoy hablando” y pensé que cualquier explicación solo biológica simplificaría las cosas para mi pero se las confundiría a él. Así que encaré recordando a Serrat con eso de que uno encara la paternidad sin oficio ni vocación y agregando sin experiencia ni de dónde mierda agarrarse. “Tiago, hijito” Lo miré casi como la primera vez que lo vi, recién nacido. Chiquito, indefenso, dependiendo de mi respuesta como aquella vez de mis cuidados, dándome tanta responsabilidad sobre él. En algún momento logré sentirme más liviana y pensar que era muy importante esta charla. Más de lo que él mismo se imaginaba. Hablé. Le recordé lo que había visto en el colegio sobre los mamíferos. De ahí a la reproducción sexual fue fácil. Los órganos sexuales y su función. Me miró absorto.
- ¿Mi pene se va a tener que meter dentro de una vagina, Ma? Pero…es blandito!
- Si, es cierto, pero en ese momento vas a estar muy feliz y todo tu corazón va a mandar mucha sangre hacia tu pene y no va a seguir blandito
- Ah, que sabio es el cuerpo. Pero… cómo saben mi cerebro y mi corazón que estoy preparado para hacer un bebé?
La puta madre que me parió a mí y a toda la humanidad. Y, ya que estamos en el baile…
- Y mis espermatozoides? Cómo saben ellos que estoy listo para hacer el amor pero no para tener un bebé?
- Ellos no pueden saberlo, por eso..
- El cuerpo no es sabio, es una porquería
- No, mi vida, (aguante la risa, cuántas veces uno se habrá dicho lo mismo?) tu cuerpo es sabio. Tanto es así que los hombres inventamos la manera de no tener bebés cuándo no queremos y de poder hacer el amor igual
- Enserio? Cómo?
- En los kioscos y las farmacias se venden preservativos. Son como unos guantes de plástico muy finito pero para el pene. Así, como un guante, debes ponerlo en tu pene cuando este durito y antes de que este dentro de la vagina de tu novia. Después de que salgan todos los espermatozoides tu pene se va a ir aflojando despacito, así que antes de que se afloje del todo, sacas tu pene y le sacas el preservativo. Así ningún espermatozoide se escapa y tu novia y vos no van a tener bebés que aún no quieren
Me miró un minuto antes de sonrojarse. Casi estábamos en la puerta del colegio. Sus compañeritos lo saludaban y lo llamaban.
- Chau, Ma
Salió corriendo sin besarme, pero se paró casi en la puerta de la escuela. Yo me sentía aturdida de tanto pensar para hacer lo mejor que podía, asi que no atiné a llamarlo y reclamarle el saludo. Se volvió despacio y me abrazo.
- Gracias, Ma. El día que tenga novia la voy a proteger mucho
- Seguro que si, mi amor. Seguro que si.
Volvió a correr y se perdió entre los demás chicos. Menos chico, más hombrecito. Y esta mamá se fue despacito a laburar. Un poco más mamá de lo que era, pero con una cosa rara en el pecho, tan rara que hasta tuvo que llorar un poquito para que se le fuera pasando.
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