Como todo lo verano ¿vio, don Carlos? Con esta calor que uno no sabe si mojarse con la manguera de lo pibe en la vedera o seguir mangueándole hielo a doña Luisa, porque pa’colmo se rompió la heladera y ahora sí que la calor no se banca ¿vio? El ventiladorcito, el Ranser, no alcanza para nada, uno se moja la nuca esperando que le tire un poco de aire cuando pega la vuelta pero no, no se banca el verano. Por eso salimo a la vedera ¿sabe don Carlos? Si no era en verano ni nos enterábamo. Porque adentro de la casa, con el ruido de la tele y lo pibe siempre peleándose por algo, la casa e’ un quilombo que no se escucha nada. Si no era por la calor, don Carlos, por mis ojos que nadie se enteraba. Pero así fue nomá, cuando salimo a la vedera con la Norita y con lo pibe el Luisito ya la tenía a la piba agarrada del cogote y le metía la cabeza en la zanja, abajo el agua se la metía. “¡Callate, puta e’ mierda!” le gritaba el Luisito… y la piba se ahogaba, don Carlos… se ahogaba la piba.
Usté no sabe las cosas que le pasan por la cabeza a uno cuando ve un ahogado. Porque esa vez en el arroyo, cuando al Dieguito al final lo trajo la correntada y la lluvia… Negrito que era y estaba blanco, con lo ojito abierto como asustados, la boquita llena e’ mugre, y yo tuve que sacarlo con el Pedro para llevárselo a la madre que gritaba como lo chancho ¡Cómo gritaba la madre del Dieguito! Y se le tiraba encima aunque todos le decíamo que ya taba muerto. Pero ella lo quería abrazar y le besaba la mugre que le salía de la boca y le quería cerrar los ojitos asustado.
Del Luisito, mire, del Luisito me acuerdo como si lo estuviera viendo. Taba enloquecido, taba. En pedo también estaba, claro. Por eso se cayó de costado de tanto hacer fuerza para meterle la cabeza en el agua a la piba, y ahí fue cuando ella se le zafó y quedó llorando en la vedera del Juan. Justo cuando el Juan salía a comprar una soda… digo yo, porque venía con el sifón en la mano y la vio tirada en la vedera, con la narí hecha pelota y la cara llena e’ mugre.
Yo creo la mugre en la cara de la piba fue lo que más lo enojó al Juan, porque el Juan era hermano del Dieguito. No sé, se habrá acordado o habrá pensado qué horrible será quedarse sin aire en el agua podrida. Pero ni lo dudó. Le partió un sifonazo en el lomo al Luis.
El Luis se quedó aturdido, se quedó. Se apoyó contra la paré y justo que yo iba a gritarle que se dejaran de jodé, sacó un cuchillo de abajo del shorcito.
Hasta la piba dejó de gritar. Se hizo un silencio como en las película de misterio, esas de la tele. El Juan se cayó la boca y se metió en la casa. El Luis quedó solo con la piba en la vedera y yo le dije a la Norita que se metiera pa’dentro de la casa con lo pibe. La piba del Luis se levantó como pudo y corrió pa’la casa de doña Mary aprovechando que el Luis estaba entretenido gritando en el paredón del Juan.
– Salí, puto. La concha e’ tu madre. Salí, cagón de mierda. A ver, salgan todos. Salgan manga de putos a ver quién e’ el poronga acá. Putos de mierdaaaaa.
Se cansó de gritar solo, don Carlos. Un rato largo estuvo puteando a cada vecino hasta que se cansó. Yo taba medio escondido, allá, atrás del paredoncito casi pegado a la canchita. Lo taba viendo irse pa’dentro de su casa, medio tambaleando por el pasiyo, cuando escuché el portoncito del Juan y se me heló la sangre.
A un metro del Luis, el Juan le apuntaba a la espalda con un 38.
Esas cosas de la vida, don Carlos. Vaya uno a saber si el Luis habrá aprendido en la gayola a oír el silencio, el paso traidor, qué mierda haya sido, don Carlos, pero el Luis se dio vuelta como una luz, con el cuchillo en la mano, y quedó de frente con el Luis. Era cierto, don Carlos, nada como el peligro pa’refrescar un mamao.
Yo sabía que todo los vecino taban mirando el despelote escondido de alguna manera. La calor era más fuerte y se escuchaban las chicharras, casi tapando las pocas palabras si es que alguna se dijeron.
La primer cuchillada fue como a la altura del hígado. El Juancito se dobló y quiso apoyar una mano en el piso, pero la segunda cuchillada ya le estaba rompiendo la espalda.
El Luis lo seguía puteando a lo grito. Lo escupía y lo puteaba con gana. Con un desprecio que el Juan no se merecía.
Lo dejó tirado en la entrada del pasillo. Se limpió las mano con un poco de pasto y encaró pa’la casa, todavía más aturdido que antes. La calor, don Carlos, la calor… Las mosca que llegaban rapidito por el olor de la sangre. Y digo yo tanto correr y agitarse por esa puta e’ mierda y este pelotudo metido en lo que no le importa un carajo. Vaya a saber, don Carlos, si al Luisito no le dio un poco de sed y quiso volver para terminar el vino que le había quedado en la mesa. Qué se iba a imaginar que al Juancito le quedaban cinco guita de aire pa’ levantar un poco el brazo y tirar ¡pam! Y con esa puntería… Que en un segundo se le vendrían abajo todo los árbole y que iba a quedar con la jeta al sol que hoy ta más fuerte que nunca.
Con esa calor, don Carlos, con esa calor.
Qué cagada, don Carlos, con esa calor quedarse esperando la muerte, que a este barrio llega siempre antes que cualquier ambulancia.
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