miércoles, 4 de abril de 2007

El Minotopo y La Leonera (De cómo van creciendo las bombas pequeñitas)

Es dificilísimo hablar de mis hijos sin que parezca que son los más bonitos del mundo. No sé si lo son. Lo que sí se es que es imposible que de la cruza de seres tales como los padres de ellos y la señora que escribe, resultara algo más o menos normal considerando los parámetros con los cuales mi madre, la cultura y la iglesia han sabido educarme taaaaaan bien.
El Minotopo (Tiago por parte de padre e Ian por parte de madre) es un ser sideralmente excepcional. Se saca los mocos con la misma parsimonia con la que dibuja cada día mas parecido a Rocambole. Se enamoró una sola vez en la vida. Nayla (su compañerita de preescolar) lo conquistó y lo abandonó por su mejor amigo. Pero él esta convencido que eso no tiene la menor importancia en los asuntos amorosos. A él le importa que él la ama. Y pensándolo bien, no esta tan mal el concepto. Somos presos de un Hado en el cual no creemos, a la espera de que coincida nuestro querer con el de otro. Y la mayor parte de las veces no sale o sale mal. Ahí reside uno de los mayores males que aquejan a la humanidad: El amor no correspondido. Pero el amor, esa abstracción concreta que mueve montañas y compone poemas que rozan la cursilería, no vale en sí mismo? Puede hacernos felices saber que somos capaces de querer? La capacidad por si misma puede darnos algo de placer? Él pasa las tardes dibujando a los Power Rangers y escribiendo cartas de amor que jamás se planteo que lleguen a destino. Eso sí, yo las guardo una a una sin que él lo sepa. Cuando crezca e inevitablemente conozca la decepción, tal vez le sirva leer que de chico supo creer en el amor y fue feliz de saber que podía sentir, cosa que no le está permitida a más de uno.
La Leonera (Eleonora por parte de padre y concesión de la madre) está completamente loca. Se sacude al ritmo de Elvis y la cumbia. No conoce las fronteras del peligro y debe creerse infinita porque después del porrazo encara con empeño y necedad para el mismo agujero donde se cayó. Se ha dado tantos golpes en sus 13 meses de vida que temo seriamente por la integridad de sus neuronas. Si frente a ella uno pusiera 150 juguetes y una bomba atómica, seguro encontraría la forma de activarla. Su delicia es comer.¡Cómo come, madre mía! Eso sí, su manjar preferido son las hormigas negras untadas en barro. Las persigue, las atrapa, busca un charquito para untarlas con tierrita y adentro! Ya se dio por enterada que es conmovedora su sonrisa pícara, su abrazo comprador. Y me deja en Pampa y la vía, no encuentro forma de ser fuerte frente a ella, algo que debería pero no me importa.
A ellos les debo las ganas de vivir, el haber conocido la felicidad inmensa, el sueño entrecortado, las visitas a la guardia del hospital más cercano al domicilio, la temperatura ideal de una mamadera, los Teletubbis, el Dysney Channel, Art Attack, empachos, calesita, globos, cumpleaños, y este sentimiento ambiguo de sospechar que no hay forma de evitar que sufran, que me odien algún día pegando un portazo.

Yo no quería ser mamá hasta que un día quise. Reincidí con el mismo terror con que comencé la carrera. Con el miedo de quien siembra pensando que los pájaros pueden llevarse las semillas. No tengo vocación. Hasta entrada en mi adolescencia no tenía la menor confianza en la humanidad. Por lo tanto pensaba dejar transcurrir mis días fumando marihuana en El Bolsón o en el fondo de mi casa. En mi vida entró el amor sin pedir permiso, llenándome el alma de esperanza y la cabecita de verdades vedadas a mis ojos. Supe que la humanidad podía ser dueña de su propio destino, aunque la historia avanzara con una impasible y cruel lentitud. Se me hizo tangible el amor, el futuro, la verdadera libertad. Conocí la entrega, el placer de ver avanzar la historia “a favor de los pequeños”. Y quise devolverle a la vida algo de toda esa belleza que ahora se me mostraba. Respiré hondo y parí dos veces. Me dejé de titubear y resolví que fluya en mí (en el más amplio sentido de la palabra) aquello que me puso en esta aventura diaria donde nunca estoy segura de nada. Nunca sé cuando voy a poder dormir toda la noche, ni sé cuando el humor me va a cambiar radicalmente ya sea porque mis hijos me exasperen o me conmuevan. Nunca sé como actuar frente a sus necesidades. Si los abrazo y los consuelo y se sienten mejor, entonces me siento invencible. Si no puedo aliviarles el dolor, me creo el ser más miserable e inútil de la tierra.El Minotopo y La Leonera. Tiago y Eleonora. Tan parecidos a nadie. Tan únicos. Llevándome ellos a mí a conquistar asteroides y mares.
Todos los días.
Y sin piedad.

3 comentarios:

Anónimo dijo...

nunca dude de su capasidad como escritora pero usted a quebrado los limites demi afecto que le tengo como hermano para transformarce de golpe y porrazo en gigantezca admiracion plena y pura de escritor a escritora.y como diria el filosofo hector oscar negro"eso escribir.. que mierda¡¡¡¡¡. la amo herman sepalo

María Negro dijo...

Yo tambien te amo. Y te parece hermoso lo escrito por el gran salto que has dado en tu vida: ser papá!!!

Pablo Distinto dijo...

Muy buen relato, tiene la vida pegada a sus letras.


Por acá,

Pablo Del Pino (ya sabras quien soy)


Seria un placer que leas algo de lo que escribo hace tiempo.

Saludos a vos y tu familia