Te voy a amar toda la vida.
Esta sentencia pareciera cuantificar las declaraciones de amor más profundas. Y es muy cierto que tal vez en el momento de decirlo sea eso lo que realmente uno siente, una suerte de eternización de ese amor o el deseo de que asi sea. Después la historia nos absuelve con terapia y rutinas varias que dan la veña para que lo infinito retorne a su carácter de finito y el universo siga su curso.
Un llanto espamentoso, vómitos, borracheras, ese dolor insoportable a la altura del esternón, drogas y sexo sin ganas coronarán el duelo.
Pero, porqué seguir pensando que lo realmente bueno debe ser para toda la vida? Tanto nos gusta el cuentito del cura con su “hasta que la muerte los separe”? Cuánto valor tiene en nuestra psiquis saber que la abuela estubo casada 50 años?
Y, la verdad, debe de ser mucho de todo eso. Porque lo lindo del amor es, precisamente, todo lo contrario. Es su carácter de atemporal en todos sus aspectos. Esa sensación de sin tiempo que transcurre mientras cebas mates; esa cosa rara de sentir que nos conocemos desde siempre, desde algún otro espacio donde las horas no se pueden contabilizar.
Igual, todo esto no importa. Estoy segura que la próxima vez que me enamore sentiré que será para toda mi vida, que no tiene fin, que no se puede amar más de lo que yo amo.
Y si no quedan opciones, entonces habré de enamorarme lo suficiente para que bien valga el desengaño.