"Quiéreme cuando menos lo merezca, porque será cuando más lo
necesite" (Dr. Jeckyll)
necesite" (Dr. Jeckyll)
Mamá quería una nena educadita que supiera limpiarse la boca despues de comer, combinar el color de la pintura de uñas con los zapatos taco aguja, de cintura delicada y senos prominentes.
Nada de nada de nada. El espanto que me provoca la imagen de la chica Barbie solo tiene comparación con el asco que me da el brocoli hervido. Nena de modales Legrand, que sepa coser, que sepa bordar, que sepa abrir las piernas para ir a jugar. O mejor dicho, para que juegue el otro, el verdadero dueño de su sexo, el estigmado por la pulsion sexual freudiana.
A los siete años me agarré a trompadas con unas cuantas vecinitas que me discriminaban porque yo prefería jugar a la pelota antes de jugar a las muñecas. Después de varios moretones consensuamos: Ellas jugaban a la “mamá” pero yo jugaba a la “mamá soltera”. A regañadientes aceptaron y fuimos felices sin comer perdices, porque siempre sospeche que esos cuentos estaban incompletos. La carne de perdiz es espantosa y la felicidad dura más o menos lo que dura.
En la adolescencia fue todavia peor. Todas flacas a fuerza de pura anorexia. Para que agarrarse a trompadas de vuelta, entonces la anorexia tambien fue mia. Mierda. Año y medio de un tratamiento espantoso para poder recuperar un poco de forma. Sospecho que ahí empece a decir basta a esta cultura de la barbie girl donde todos los pantalones de tiendas chetitas no superan el talle 36.
Mi cuerpo no es el de una modelo, pero mucho me he esmerado en que no lo sea. Las horas que ellas invierten en gimnasio yo las disfruto tomando cerveza con mis amigos. Y ahora que lo pienso (y lo escribo) el término “modelo” es determinante a la hora de las comparaciones. Las Barbie Girls son el modelo del derrumbe de la belleza. La belleza que conmueve, que exalta las emociones, el placer dionisiaco, la seguridad de nuestras tetas y nuestro culo, el suave masaje sobre el clítoris cerebral, la poesía del orgasmo desprejuiciado y sin pose fotográfica, el beso matinal con gusto a mierda, la sonata de ronquidos en una cama de una plaza donde apenas caben mis estrías.
Y el amor.