lunes, 7 de octubre de 2019

Bang Bang, el disparo continuo


Se terminaban los 80. La década eterna de la música nacional, de la cocaína, del Sida, de la democracia que se mostraba inútil para frenar la caída del Austral y el incendio que cernía al país. Se terminaban los 80, con su hiperinflación y la llegada del caudillo emponchado que, luego, privatizaría todo lo que cruzara a su paso.

Ahí, en ese fuego concreto y material, Bang Bang hizo su entrada despiadada en los walkman que reventaban pilas para pasarlo una vez, y otra más.

Goya, Rocambole,la poesía impecable, el bajo despiadado, los rocanroles que, violentamente, desplegaban un saxo que colocaba, con extraña dulzura, el sonido perfecto y exacto de una juventud que no sabía para dónde correr.

¿No había sido la dictadura suficiente violencia para que, ahora, la democracia nos golpeara con sus razzias?

¿No alcanzaba con las 30.000 almas arrancadas para que, ahora, la democracia siguiera golpeando sobre cada lomo?

Nuestro amo seguía jugando al esclavo.

Un látigo extenso que demostraba una continuidad histórica entre quienes habían arrancado la tierra con sus tanques y aquellos que, en nombre de la libertad, nos hundían en la miseria a balazos.
Los titanes del orden viril siguen alertas y no han pegado un ojo en estos treinta años. No existe, para ellos, la posibilidad de bajar la guardia. Nunca un perro mira el cielo.

Bang Bang, intencionalmente o no, es el disco que desnuda el discurso de que se come, se cura y se educa con la democracia.

Bang Bang, intencionalmente o no, sigue baleando los días que corren a pura muerte, a todo gramo.

Violencia, siempre siempre, seguirá siendo la mentira.

El arte expresa su tiempo.
Y se queda para siempre, como el registro histórico de lo que gritó en nombre de todos. Así, precisamente así, nos enfrentamos a quienes pretenden liquidarnos.
Desde esta ancha trinchera que es la memoria no nos hemos bajado del caballo.
Benditos los que no dejan de luchar para sacar toda la ropa sucia afuera.


No hay comentarios: