lunes, 30 de abril de 2007

viernes, 20 de abril de 2007

El Domingo más frío de Abril

“Al quemarse en el cielo la luz del día

me voy.

Con el cuero asombrado me iré,

ronco al gritar que volveré

repartido en el aire a cantar,

siempre”

Zamba para no morir (Hamlet Lima Quintana)

El Negro pasó la infancia entre la calle y el club “El Progreso” dónde el amigo Lalo le convidó la primera borrachera. Charqueando entre el barro, lustrando botas por puro snobismo en la estación Lynch hasta que Cayetano, anarquista y gráfico, lo agarró de una oreja y lo arrastró hasta la casa enorme donde Francisca cocinaba para dos varones y una señorita, un suegro calabrés boca sucia y un perro que se murió de pura tristeza cuando a Cayetano se le llenaron las arterias de plomo, muerte lenta y espantosa, masacre de los albores de la industria en los años 40.
A laburar se ha dicho, hijo menor de madre viuda. Pero de paso, ginebrita en el club donde supo tocar D’arienzo. Entonces volverse compadrito y galán de barrio. Peleas callejeras contra los “caqueros”. Tanguero descubriendo la poesía, la guitarra, el amor. Un departamentito en San Telmo, aunque mejor hacerle caso al tío Paco y meterse a milico. Año jodido el ’55. Adentro de Prefectura no hace falta andar con tanto cuidado, un sueldo seguro y un brillante porvenir… pero, la guitarra.
La rubia del barrio le arrastraba el ala. Casorio lleno de ilusiones, la guitarra en el ropero, los tangos para después de poder pagar la casita en Bosques, la poesía tiene que esperar otro cachito más porque enseguida nace Sandra tan rubiecita como mamá, tan frágil y entonces caer en la tentación de escribirle una canción de cuna. “De la mágica galera que un mago me regaló, sacaré un carruaje de oro para ir a pasear tu y yo…”. Se escribe mejor con un vasito de vino, pareciera que las musas caen como gotas de lluvia. Lo que no cae como gotas de lluvia es la guita. Entonces el vasito de vino empieza a tapar agujeros de tristeza. Perón no vuelve y la puta madre que lo parió.
La rubia se cansa y se toma un tren con la rubiecita sin decir chau pero puteando de lo lindo. El dolor es insoportable, cómo pelea un poeta contra tanta malaria? Cómo seguir siendo papá de la rubiecita si Perón no vuelve más, si San Telmo está tan lejos, si el poeta ahora es soldado y el soldado aprende que siempre será un instrumento de otro que fuera soldado.
Perón vuelve para poner en vereda a todos esos obreros que joden en Córdoba. Pero se nos muere ahicito nomás. Y el Negro, llora.
Acá es donde se nos cruza la morocha. Linda e inútil para todas las tareas del hogar. ¡Pero tan bonita, tan compañera! Casorio “vía Bolivia” (el Negro no aprende más). Un departamentito a puro pulmón delante de la “casita de los viejos”. Primero, María, que costó en llegar pero (modestia aparte) valió la pena. Después, Naldo. Podríamos decir que todo estaba listo para comer perdices. Pero la guitarra seguía en el ropero, la poesía esperando que se fueran los milicos y llegara la salvación del Plan Austral de la mano de la democracia que le garantizaría la justicia social, el sueldo digno para poder correr hasta la zamba, el tango, la literatura.
No alcanzó ni para la ilusión. Vender la casa en dólares antes que se nos muera Francisca, pero justo el dólar a la mierda. Y de San Martín a Loma Hermosa. Otra vez el barro donde la morocha no se cansa de putear. Ella, tan bonita y compañera, educada para el palacio donde comería perdices con el príncipe azul, se despierta en un barrio menos que obrero donde María y Naldo se llenan de piojos, se cagan a trompadas, aprenden a putear, aprenden a salir de la nube de pedos que supo ser la bendita protección hogareña. No hay guitarra, no hay poesía ni teatro. Unos cuantos libros que se salvaron de la inundación que arrastró las únicas fotos que quedaban del jugador de fútbol, del incipiente actor, de la rubia, de la rubiecita y todos los manuscritos que supieron ser poesía, zamba, canción de cuna, y un tango.
El alcohol como suave arrullo de los sueños que no fueron. Dos atados de cigarrillos diarios que convirtieron la tos matinal en polvareda. Pero el vacío de los vasos y los ceniceros llenos la empujan a María a dar el portazo adolescente mientras Naldo abraza a la morocha para que llore menos, para que siga de pie.
María solo vuelve cuando el Negro casi se muere de tanto vaso lleno. El Negro afloja y María también. Aparte, ahora que ya conoce la decepción, mira al Negro con ojos comprensivos, apenados. Empiezan a compartir el tango. ¡El Negro recupera el tango! Se sientan a charlar de literatura, de Perón, de los obreros que jodían en Córdoba, de la rubiecita (que María buscó de pura cabeza dura y encontró de puro culo), del amor. El Negro abre grande sus grandes ojos. Se toma otro vinito, pero este tiene gustito a bohemia, a San Telmo. Se prende un pucho y le convida uno a Naldo y otro a María. Entonces empieza a contar que él quiso ser poeta, quiso cantar tangos, quiso ser actor. Cuenta con orgullo y los hijos, que ya son grandes y boludos, escuchan con fascinación. Los tres agarramos lápices y papeles, cantamos desafinadamente, entendemos que la vida es cortita y uno no puede darle lugar al desasosiego.
Pronto, un nieto. Remediando con él, quizá, la infancia que no supo darnos; lo llena de besos, de caramelos, de abuelo.
Nunca más dejó de fumar. Nunca más dejó el vino. Nunca más dejó de abrazarnos. Nunca más dejó de cantar tangos. Nunca más dejó de putear que Perón se hubiera muerto cuando tanta falta hacía.
Se me murió casi en los brazos. Putisima suerte de la vida que me puso delante de él mientras en Terapia Intensiva sufría un ataque cerebral. De nada le sirvió que durante su coma de 15 días le cantara zambitas y tangos. De nada le sirvió que me quedara con el termo y el mate en la sala de espera, agazapada para cebarle un amargo.
El domingo más frío de abril el corazón le dijo chau.

A falta de testamento, me robé todos sus libros, una carta que escribió antes que yo nazca, y la infinita sensación de comprender que mi viejo era un maravilloso hijo de puta.

Papá poeta. Papá tanguero. Papá: Si es cierto que somos energía que perdura en el espacio, desde este espacio inexistente y binario que llaman Blog necesito escribir que Te Quiero. Que no te vas a morir, viejo de mierda, mientras yo pueda evitarlo. Que me debes el mate amargo y la letra de “Pasional”. Que me tenías podrida con tus chistes que siempre fueron los mismos desde que tenía 6 años. Que odié a Rapidísimo y a Larrea durante años porque no me dejabas dormir con tus tangos de mierda. Que siempre me gustó cuando te reías con toda la panza. Que ha sido un placer conocerte. Que “Platero y yo” era una porquería. Que me hiciste sufrir como una yegua haciéndome practicar lectura leyendo a Dolina, a los 7 años! Que sino fuera por tu culpa no hubiera conocido a Cortázar. Que Te Quiero. Que Te Extraño. Que te moriste justo, justito cuándo me estabas enseñando a tocar zamba. Que ya tenés dos nietas más y una se llama Julieta solo para darte el gusto. Que sigo llorando cada vez que escucho “Garúa”.

martes, 10 de abril de 2007

“Mujer sensata busca derecho social a masturbarse”

La marea alta de hombres pelotudos convencidos que la penetración de una vagina se asemeja al movimiento uniforme del pistón de un auto tiene un basamento cultural que debemos empeñarnos en sepultar: La mujer como objeto sexual para que el hombre descargue sobre ella (o dentro de ella) su “pulsión”. Nos es negado socialmente la “igualdad” de deseo y, por consiguiente, de realización del mismo. Si no necesitamos del sexo más que para reproducirnos, no necesitamos conocer nuestros cuerpos que es la mejor forma de orientar a nuestros compañeros (cotidianos y eventuales) para que el placer sea mutuo y correspondido. ”Ante la duda, finge” parece ser el adagio con el cual pretenden que caminemos los complejos senderos de la sexualidad femenina. Aunque se han puesto de moda (en radio, tv, revistas, etc) los consultorios sexológicos, no se trasluce la información en aprendizaje. Y esto tiene que ver con que la diferencia entre la informanción per se y el aprendizaje reside en la educación. No es, precisamente, un estandarte de este ni de ningún gobierno recitador del Te Deum la educación sexual en las escuelas primarias y secundarias. Allí donde las mujeres debieran aprender que tiene el derecho (y la sana responsabilidad) de explorar su cuerpo, gozar con ellas mismas, conocer el placer sin la exclusiva participación de otro/a. Allí donde los hombres deberían aprender que la mujer ninfómana es la que tiene más sexo que uno, que somos nosotras las que tenemos la capacidad de gestar y eso nos vuelve sexualmente vulnerables pero no inferiores, no inhibidas de deseo.
Lejos de eso, la escuela apenas si atina a explicar (a grandes rasgos) cómo se coloca una toallita con alas y, en el más progresivo de los programas de estudio, cómo se coloca un preservativo.
Nada dicen del poder de decisión que tiene cada mujer sobre su sexo. Nada dicen de la posibilidad de decidir continuar o no un embarazo. Nada dicen de la responsabilidad biólogica de conocer cómo funciona nuestro cuerpo.Y no es responsabilidad de los docentes, acá estamos sacandole la careta a la iglesia gestadora de curas violadores de pibes, al gobierno de las señoras que abortan en una clínica con todas las condiciones de salubridad habidas y por haber.
Y se mueren más de 400 mujeres por año por abortos caseros.
Y le pegan un tiro en la nuca a Carlos Fuentealba mientras cagan a palos a cientos de maestros en Neuquén, Salta y Santa Cruz por salir a la calle a pelear un salario digno y una educación del siglo XXI, pública, gratuita y laica.
Nuestro derecho es sobre nosotras mismas. Esto que parece una verdad de Perogrullo, es la base sobre la cual se han desarrollado las grandes luchas de las mujeres en el último siglo. Porque nuestro derecho a gozar es nuestro derecho a masturbarnos. Porque nuestro derecho a gozar es nuestro derecho a la anticoncepción gratuita. Porque nuestro derecho a abortar gratuitamente es nuestro derecho a parir. Porque nuestro derecho a parir es nuestro derecho a una vivienda, a un trabajo de 8 horas que nos permita pasar tiempo con nuestros hijos, a un salario digno para mantener a nuestra familia. Porque nuestro derecho a decidir es nuestro derecho de salir a reclamar lo que hayamos decidido. El derecho a la vida y al placer que ella nos brinda.
Sin prejuicios y con las dos manos.

Alias Davinci

A David, maquinista del tren de los ojos de sapo y las tripas de mosca



"te perdono el daño que me has hecho, pero ¿como te voy a
poder perdonar el daño que te has hecho a ti mismo?" (Nietzsche)


Yo conocí un hombre que nació gota de lluvia y fue prisma de la luz de la luna, convirtiendo todo en colores que nada tenían que envidiarle al arco iris. Tuve la oportunidad de abrazar su cintura, caminar de su mano, reír en su hombro y llorar en sus brazos. Pude saber cómo era su cara cuando componía canciones, poemas y tortas fritas. Me dejó ser pequeña obligándome a ser inmensa y omnipotente. Acomodó la cabeza en mi pecho cuando la policía se cargó a su mejor amigo, a su hermano de la infancia. Aprendió a abrazarme más fuerte desmitificando al pánico y administrando el Rivotril. Se guardó en la retina la última imagen de mi viejo, su último “Hola” que resultó ser chau.
El muchacho de barrio obrero que leía a Sartre en los recreos de una escuelita más pobre que él. El mismo que componía canciones de amores infructuosos o desengañados, triste y solo. Fundamentalmente solo. Se cargó la pechera del Polo Obrero y leyó casi todo “El origen de la familia…”. Le cambió los pañales a un hijo que no era suyo, pero hizo “como que” y aprendió a cocinar, a lavar ropa, a levantarse a la madrugada para entrar en una fábrica. Caminamos la General Paz con zapatillas rotas tanto como comimos hasta reventar en un tenedor libre para después caminar todas las librerías de Corrientes y llegar exhaustos y emocionados a pelear por leer los “nuevos” libros.
Un día se quedó a dormir y nos gustó tanto despertarnos juntos que ahí nomás buscamos departamento. El presupuesto alcanzó para alquilar una piecita de 3 x 2 que pintamos de azul y llenamos de fotos y dibujos; velas y sahumerios; mates y guisos; besos entre los tres (para que Tiago dejará de golpearlo un poco) y otros que eran prohibidos para menores. Fueron estos besos los que engendraron a Eleonora que nos llenó de miedo y emoción. Las casas que supimos habitar (tres contando la piecita) siempre tuvieron el gustito particular de los lugares donde la gente se quiere mucho, donde el amigo y el vino se reciben con brazos abiertos.
Un día supimos que se nos estaba escurriendo el amor por alguna rajadura. No hubo forma de saber con exactitud donde carajo filtraba tanta rutina, tanta desidia, tanto frío. Y mientras yo creía encontrar el agujero por donde se iba la ternura, él estaba convencido que no era ahí sino del otro lado. Entonces, cada uno se quedó concentrado en tapar rajaduras opuestas.
Inútiles.
Sería mentira decir que he dejado de creer en el amor. El hecho de haberme separado del hombre que más amé y padecí no es una razón para ponerle la tapa a esa sensación tan linda que es suspirar porque sí, con la nostalgia del último beso y el ansia del próximo. Pero también es cierto que yo me siento menos yo. Que me falta un costado, que levanto la vista después de leer un cuento de Cortázar y me encuentro con la impávida jeta de la perra de mi tía. Que tomo mate dulce. Que ya no como tortas fritas y los tés me salen fríos.
Ya nadie se ríe cuando digo “Calandria”.

miércoles, 4 de abril de 2007

El Minotopo y La Leonera (De cómo van creciendo las bombas pequeñitas)

Es dificilísimo hablar de mis hijos sin que parezca que son los más bonitos del mundo. No sé si lo son. Lo que sí se es que es imposible que de la cruza de seres tales como los padres de ellos y la señora que escribe, resultara algo más o menos normal considerando los parámetros con los cuales mi madre, la cultura y la iglesia han sabido educarme taaaaaan bien.
El Minotopo (Tiago por parte de padre e Ian por parte de madre) es un ser sideralmente excepcional. Se saca los mocos con la misma parsimonia con la que dibuja cada día mas parecido a Rocambole. Se enamoró una sola vez en la vida. Nayla (su compañerita de preescolar) lo conquistó y lo abandonó por su mejor amigo. Pero él esta convencido que eso no tiene la menor importancia en los asuntos amorosos. A él le importa que él la ama. Y pensándolo bien, no esta tan mal el concepto. Somos presos de un Hado en el cual no creemos, a la espera de que coincida nuestro querer con el de otro. Y la mayor parte de las veces no sale o sale mal. Ahí reside uno de los mayores males que aquejan a la humanidad: El amor no correspondido. Pero el amor, esa abstracción concreta que mueve montañas y compone poemas que rozan la cursilería, no vale en sí mismo? Puede hacernos felices saber que somos capaces de querer? La capacidad por si misma puede darnos algo de placer? Él pasa las tardes dibujando a los Power Rangers y escribiendo cartas de amor que jamás se planteo que lleguen a destino. Eso sí, yo las guardo una a una sin que él lo sepa. Cuando crezca e inevitablemente conozca la decepción, tal vez le sirva leer que de chico supo creer en el amor y fue feliz de saber que podía sentir, cosa que no le está permitida a más de uno.
La Leonera (Eleonora por parte de padre y concesión de la madre) está completamente loca. Se sacude al ritmo de Elvis y la cumbia. No conoce las fronteras del peligro y debe creerse infinita porque después del porrazo encara con empeño y necedad para el mismo agujero donde se cayó. Se ha dado tantos golpes en sus 13 meses de vida que temo seriamente por la integridad de sus neuronas. Si frente a ella uno pusiera 150 juguetes y una bomba atómica, seguro encontraría la forma de activarla. Su delicia es comer.¡Cómo come, madre mía! Eso sí, su manjar preferido son las hormigas negras untadas en barro. Las persigue, las atrapa, busca un charquito para untarlas con tierrita y adentro! Ya se dio por enterada que es conmovedora su sonrisa pícara, su abrazo comprador. Y me deja en Pampa y la vía, no encuentro forma de ser fuerte frente a ella, algo que debería pero no me importa.
A ellos les debo las ganas de vivir, el haber conocido la felicidad inmensa, el sueño entrecortado, las visitas a la guardia del hospital más cercano al domicilio, la temperatura ideal de una mamadera, los Teletubbis, el Dysney Channel, Art Attack, empachos, calesita, globos, cumpleaños, y este sentimiento ambiguo de sospechar que no hay forma de evitar que sufran, que me odien algún día pegando un portazo.

Yo no quería ser mamá hasta que un día quise. Reincidí con el mismo terror con que comencé la carrera. Con el miedo de quien siembra pensando que los pájaros pueden llevarse las semillas. No tengo vocación. Hasta entrada en mi adolescencia no tenía la menor confianza en la humanidad. Por lo tanto pensaba dejar transcurrir mis días fumando marihuana en El Bolsón o en el fondo de mi casa. En mi vida entró el amor sin pedir permiso, llenándome el alma de esperanza y la cabecita de verdades vedadas a mis ojos. Supe que la humanidad podía ser dueña de su propio destino, aunque la historia avanzara con una impasible y cruel lentitud. Se me hizo tangible el amor, el futuro, la verdadera libertad. Conocí la entrega, el placer de ver avanzar la historia “a favor de los pequeños”. Y quise devolverle a la vida algo de toda esa belleza que ahora se me mostraba. Respiré hondo y parí dos veces. Me dejé de titubear y resolví que fluya en mí (en el más amplio sentido de la palabra) aquello que me puso en esta aventura diaria donde nunca estoy segura de nada. Nunca sé cuando voy a poder dormir toda la noche, ni sé cuando el humor me va a cambiar radicalmente ya sea porque mis hijos me exasperen o me conmuevan. Nunca sé como actuar frente a sus necesidades. Si los abrazo y los consuelo y se sienten mejor, entonces me siento invencible. Si no puedo aliviarles el dolor, me creo el ser más miserable e inútil de la tierra.El Minotopo y La Leonera. Tiago y Eleonora. Tan parecidos a nadie. Tan únicos. Llevándome ellos a mí a conquistar asteroides y mares.
Todos los días.
Y sin piedad.