jueves, 24 de enero de 2013

El primer beso

La decisión del primer beso es la más crucial
en cualquier historia de amor,

porque contiene dentro de sí la rendición.



Emil Ludwig


Caminábamos despacio, abstraídos en una conversación importantísima sobre el carácter efímero de las chicharras y su esfuerzo por reproducirse, sonido malinterpretado como un augurio de temperaturas elevadas. A mi no me importaban las chicharras pero me conmovía la pasión con que me explicabas todos sus procesos biológicos. Hacía tanto calor que empezamos a cansarnos y a buscar con la vista algún banco, un escalón a la sombra. Así fue. Cuándo te sentaste me estabas contando sobre las palomas o los horneros. No recuerdo exactamente. Algún gesto mio al hablar hizo que notaras la quemadura de mi mano. Qué te pasó? Nada, me quemé hace muchos años en una fábrica. Pobrecita. Pero no te dio asco ni impresión. Me alzaste la mano con dulzura, acercándola a tu boca. Besándome tierna y solidariamente mi dolor. Ahí, en un trazo de epidermis quemada, besabas mi cansancio. Mi soledad. Mi tristeza.
Te sonreí y escondí la cara. Todavía tenés esa capacidad de convertirte en nena. Me contaste que un accidente cuando muy chico te había herido gravemente el ojo. Entendí. No era yo sola quién sufría. Vos estabas tan triste entre chicharras y horneritos. Entre hospitales y abandonos. Pensé que no pueden perderse quienes no saben a dónde van y me acerqué a besar tus ojos.
Mi dolor acá es más grande, dijiste.
Y me besaste la boca